Cuando se discutía le Ley de Educación Superior (LOES), advertimos que el proyecto del Gobierno tenía propuestas acertadas, pero también numerosas disposiciones inconvenientes e inaplicables. Desgraciadamente, después del veto presidencial, se mantuvieron muchas de ellas. Ante esto, lo pertinente era aceptar la vigencia de la LOES y aplicarla en sus aciertos, tratando de que sus limitaciones se superen en los reglamentos y en la práctica. Pero hay disposiciones de la ley que simplemente son inaplicables y tratar de ponerlas en marcha traerá graves problemas.
Una de ellas es la tipología de universidades. El Ceaaces debe clasificar a los centros de educación superior en tres niveles: “universidades de docencia con investigación”, “universidades de docencia” y “universidades de educación continua”. Para cada nivel hay requisitos, entre ellos, que la institución tenga el 70% de profesores doctores para alcanzar el primer nivel y el 40% para ubicarse en el segundo.
El Ceaaces ha emitido un reglamento con la clasificación y con una transitoria que difiere sus efectos hasta fines de 2013. Hay que reconocer que ese organismo ha realizado un gran esfuerzo, pero el hecho es que, si se aplican las normas, ninguna universidad del país llegaría al primer nivel y una pocas apenas alcanzarían el segundo. La mayoría quedará para “educación continua”.
Ciertamente, varias de las mejores universidades del mundo tampoco llegarían al primer nivel. Pero, más allá de esto y de la evidente imposibilidad de aplicar la Ley, el propio concepto de clasificación o tipología está profundamente errado. En la naturaleza de la universidad están docencia, investigación y extensión. No pueden existir universidades sin investigación. Es absurdo pensar que solo unas pocas están destinadas a realizarla. Claro que solo algunas universidades y politécnicas podrían sostener investigación “pura” o en ciencias básicas. Pero todas las universidades deberían hacer investigación aplicada, como parte de la docencia y del servicio al medio donde están asentadas.
No se puede clasificar las universidades a partir de negarles la posibilidad de investigar. Reducir a universidades a la educación continua, no solo es un contrasentido y una pérdida de recursos, sino un intento centralista, que deja a las provincias condenadas a tener educación superior deficiente.
Desde luego que se puede y se debe evaluar y clasificar a las universidades y politécnicas. Pero hay otras formas. La clasificación realizada por el Conea presidido por Arturo Villavicencio es una prueba. Por ello, lo mejor que puede hacer el Ceaaces es suspender el reglamento en cuestión y esperar sus propias evaluaciones para establecer, con base sólida, una posible jerarquía, que no mutile sino más bien potencie a las instituciones superiores del país.