En los países democráticos, en ocasiones el ciudadano disminuye -o hasta pierde- la fe y la esperanza en el proceso político; y, más singularmente, en buena parte de los políticos.
El intento de registrar para candidato a la Asamblea Nacional del Ecuador a un burro, es síntoma de que, por lo menos en algún sector de ecuatorianos, no hay confianza y, por ello, acuden al ridículo.
El Consejo Electoral del señor Paredes no dio paso a la inscripción del burro. Muchos han hecho burla, pero el CNE tenía razón porque la corriente es que, para la “nueva” Asamblea Nacional sea elegida una mayoría de “alza manos”. ¡Y el burro, no tiene manos!
La reacción social por la falta de fe cívica es cíclica.
En la década de 1950 había un clima político con desaliento electoral. En una de las tantas elecciones, numerosos estudiantes de la Universidad Central, bajo la dirección del señor Plinio López Moral (previamente proclamado “el chagra más quiteño de todos los chagras”), se organizó una fuerza electoral y por cuanto el propósito no era serio, la candidatura presidencial recayó en un ciudadano que decía ser “representante de las masas trigueñas”. Para la Vicepresidencia, se escogió a un mentalista de Quito, dedicado a prácticas esotéricas. Los ciudadanos sintonizaron el propósito de diversión y respondieron generosamente adquiriendo el “bono de la victoria”, de bajo precio, pero suficiente para pagar todos los aprestos de una campaña; y, sobre todo, de la concentración para recibir a los candidatos y proclamarlos ante el país y el mundo.
Llegó el día. La recepción y proclamación fueron organizadas en la avenida 24 de Mayo; y para que el propósito sea un tanto sugerente, la plataforma desde la cual debían pronunciar los discursos estaba bastante cerca de la Iglesia del Robo. No menos de dos mil personas acudieron a la concentración. El jefe de campaña que los presentó, expuso también el “programa de gobierno”, indicando que el de ese binomio se fundamenta en tres puntos principales y básicos: el primero, el segundo y el tercero. Provocó hilaridad y carcajadas.
Terminado el acto, condujeron a los candidatos, a hombros, por la calle García Moreno al Palacio de Carondelet. El propósito era dejarlos ya en el Solio del Presidente y del Vicepresidente, pero, como es obvio, la Policía no permitió semejante despropósito; y luego de vueltas y revueltas por la Plaza Grande, se les ocurrió llevar a los candidatos y entregarlos …en el hospicio de la calle Ambato.
En aquella época, como es fácil deducir, no había bono de la pobreza, pero los estudiantes inventaron el de la victoria, que alcanzó completo éxito, pese a que no era para recibir, sino para dar.
Hoy no necesitan bono alguno para campaña electoral: el Estado provee el dinero; a unos más que a otros. ¡Y todos felices y contentos!