Desde hace un par de años o algo más -desde la explosión de escándalos de corrupción- la demanda por clases de Cívica en el sistema educativo creció exponencialmente. Desde educadores, estudiantes, políticos, curas, periodistas. La vieja materia resucitaba como antídoto a la degeneración ética y a la indiferencia con las responsabilidades sociales.
Tal vez por las urgencias la propuesta no mereció discusiones mayores. Por eso, y para abonar a la iniciativa, retomamos el hilo. Más aun reconociendo que varias generaciones -no las últimas claro- aprendimos Cívica con unas marcas de identidad inconfundibles. Como las aburridas metodologías. O la memorización forzada de cientos de fechas, nombres, batallas, protocolos, límites. A más de aquellos recuerdos, distinguimos 3 “ismos” problemáticos.
El fetichismo fue sin duda una insignia. Una tendencia peligrosa a convertir personajes y eventos en materia de culto, de admiración exagerada. Una especie de idolatría… Una cosa son los símbolos de valor innegable, y otra su conversión en mitos incuestionables. Al final, los significados se distorsionan. El minuto cívico, el beso a la bandera, las batallas liberadoras, se cosifican perdiendo sustancia, reduciéndose con frecuencia a ritos formales.
El chauvinismo también floreció con la Cívica tradicional. Una sobrevaloración infundada de la supremacía ecuatoriana en múltiples campos: la riqueza inigualable, el más bello himno (bueno, el segundo), la mayor biodiversidad, los insuperables héroes-niños. El necesario reconocimiento de los valores nacionales devino muchas veces en patrioterismo y en aldeanismo que desconocía y se separaba del mundo. Más de una ocasión los enfoques ultranacionalistas se deslizaron hacia posturas xenófobas.
El militarismo se coló también en las aulas. Algo se explica por el predominio histórico de héroes guerreros, militares vencedores. Personajes gestados en escenarios de guerra. Por extensión, lo militar se cultivó como emblema: bandas, pendones, desfiles, celebraciones… Una cosa es reconocer gestas y roles militares libertarios y democráticos y otra exacerbar la fuerza y la obediencia ciega como insignia y mecanismo de solución de conflictos. O peor, aspirar, como algún trasnochado sector, a sociedades militarizadas.
Retorno a la Cívica sí, con nuevos sentidos. Esencia afirmada en la construcción de ciudadanía. Y por tanto, en la sensibilidad, respeto, valoración y acción conjunta con los otros, con los demás. En la convicción de la necesidad de participar activamente en la vida económica, social y política de la comunidad chica y grande de la nación. En un movimiento contínuo de dar y recibir.
La nueva Cívica deberá nutrirse de historia, realidad contemporánea, situación mundial, filosofía, ética. Su peor enemigo el adoctrinamiento, de cualquier color. Su más preciado aliado, el pensamiento crítico.