Por el bien de la ciudad, aspiro y deseo que la nueva administración municipal sea exitosa; que las diferencias políticas se conviertan en desafío para construir puentes políticos, alcanzar consensos y para transformar a Quito en factor de unidad y en capitalidad de todos los ecuatorianos. Que la circunstancia en que se inaugura la nueva Alcaldía suscite las mayores generosidades, y que se entienda que los gobiernos nacional y municipal atañen y comprometen a todos, incluso a los adversarios.
Por el bien de la ciudad, quisiera ver una gran minga en la que metan el hombro todos quienes tiene poder, para hacer de Quito una ciudad ejemplar, no solo en el desarrollo material, sino con el testimonio de que se puede trabajar sin renunciar a las diferencias, y asumiendo que ellas no deben obstaculizar el éxito de la capital, que ellas no deberían convertirse en dificultades insuperables.
Muchos desafíos y urgencias tiene Quito, y deben ser atendidos sin dilaciones, gestando un compromiso que pueda, de verdad y más allá de la retórica, llamarse “histórico”, porque debería marcar diferencias en lo político, en lo social y en lo cultural.
Está el problema de la seguridad, está el enorme lío del tránsito y de los constantes bloqueos de las vías; está el drama de la contaminación; y está, como desafío central, un asunto intangible pero fundamental, que es el de la personalidad de la ciudad, tema en el cual Cuenca es un ejemplo a imitar.
Sin seguridad no hay ciudad posible.
Y no sirve tener lindos parques, anchas avenidas, rascacielos presuntuosos, y malls arrogantes, si en las casas y en las calles, en los días y en las noches, no hay una mínima certeza de que no seremos atracados, de que no nos despojarán ni de la vida ni de lo nuestro, de que el taxi es un taxi y no un vehículo de malandrines. Allí, hay larga tarea para Gobierno y Municipio, y por cierto, para la comunidad.
No hay ciudad posible, entendida como entorno para vivir bien, si tenemos un tráfico como el que soportamos, con los bloqueos que sufrimos, con las colas de cada día, con las angustias por llegar, con los buses repletos donde la gente viaja sufriendo constante vejamen entre montoneras inaceptables.
No hay ciudad si respiramos humo de motores, si quemamos los bosques y dañamos los parques. No la hay sin conciencia ciudadana, sin sentido de responsabilidad y sin cariño a lo que heredamos.
El tema, pues, no se reduce a una transición de autoridades. No es un episodio político, ni un capítulo electoral más. Es un asunto mayor, de verdadero contenido ciudadano, y de incuestionable expectativa.
Yo quisiera ver manos enlazadas, hombros juntos y gestos generosos de Gobierno y Municipio apuntando a Quito como ciudad para vivir.
Al menos yo, eso es lo que espero.