Cita en La Habana

Refacciones leves pero notorias en vías, mobiliario urbano y fachadas que los más escépticos comparan con las tímidas reformas que en los últimos meses ha implementado el Gobierno cubano se han visto en la isla para recibir a los 32 jefes de Gobierno en cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), joven organismo intergubernamental promovido con gran ahínco por el difunto presidente Hugo Chávez.

Y precisamente al nombre del exmandatario está ligado el hecho más relevante de esta cita: la presencia de casi la totalidad de los jefes de Estado de la región -sol ausente Ricardo Martinelli, de Panamá, a causa del episodio del barco norcoreano con armas procedentes de Cuba- es un hecho para nada despreciable, que deja sin argumentos a quienes le auguraban un declive, en ausencia del inspirador de la Revolución Bolivariana.

Así las cosas, el que la cumbre haya logrado tal éxito en términos de convocatoria es, sin duda, un suceso político de gran calado, más en tiempos en los que las sillas vacías son rasgo predominante en otros foros regionales. Se trata, en palabras simples, de una concurrida cumbre hemisférica con presencia de todos, menos Estados Unidos, país que, como era previsible, se pronunció expresando su preferencia por la Cumbre de las Américas.

Este aspecto es el hecho por destacar, incluso por encima de otros llamados a marcar el evento, como el pronosticado fin de la tensión en la relación de dos socios históricos como Cuba y México, la nula participación que tendrán los opositores del Régimen castrista -sin acceso a las delegaciones asistentes-, la presencia por primera vez en territorio cubano de un Secretario General de la OEA.

Una vez clara la relevancia de este encuentro, hay que subrayar la importancia de que Colombia esté presente y no precisamente como convidado de piedra. Y es que no pocos reconocen que la suma de apoyos que consiguió el gobierno de Santos para el proceso con las FARC ha servido para tender puentes entre gobiernos de diferentes tendencias, que muy bien les viene a iniciativas como la Celac. Más allá de los diálogos, es un hecho que el país ha logrado blindar el campo ideológico, recurrente fuente de fricciones, de aquellos terrenos en los que es más fácil que surjan puntos de encuentro, como el comercio y la cooperación, desde la lucha contra el crimen hasta la cultura. El éxito se refleja en que hace rato dejamos de ser invitados de segunda a escenarios como este, sino todo lo contrario.

De eso se tratan esos esfuerzos de integración. Los líderes tienen con su pueblo la obligación de dejar de lado las diferencias para trabajar sobre las coincidencias. El reto trazado es claro y loable: convertir la prosperidad reciente por cuenta de los recursos naturales en desarrollo productivo, integral y duradero. Único camino para atacar la todavía escandalosa cifra del 30% de latinoamericanos que viven en la pobreza.

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