Las primeras décadas del siglo XX fueron años de intensos cambios en Quito, que poco a poco pasó de ser una sociedad de relaciones corporativistas a otra de tipo capitalista, mientras crecía por la migración interna, en medio de una notoria pobreza, al tiempo que se formaba una nueva cultura popular, que se fortalecía por la circulación de impresos, el cine, la radio y los espectáculos públicos, según recogen los historiadores Guillermo Bustos y Eduardo Kingman.
Según el relato de Bustos, la ciudad entró plenamente en la modernidad en 1908, cuando se regularizó el transporte en tren de Guayaquil a Quito y se estabilizó el servicio de luz eléctrica. Pocos años más tarde, en 1914, además de inaugurarse el servicio de tranvías, se fundaron también los primeros cines, propiedad de Jorge Cordovez, uno en la Plaza del Teatro y otro en el Pasaje Royal.
La publicidad de las películas se colocó en ‘El Comercio’, pues esos años era el único diario que circulaba en la ciudad. Los ingresos recibidos esa pauta se volvieron los más importantes del periódico que, según sus memorias institucionales, le permitieron adquirir dos linotipos y, con ello, reducir el tiempo de composición a una cuarta parte.
Pero para 1928 ya circulaba diario ‘El Día’, al que Cordovez decidió pasar su publicidad por considerar que la pauta que le cobraba ‘El Comercio’ era demasiado alta. Pero lo que ofendió a los dueños los hermanos Mantilla, dueños de este último diario, fue que nueva pauta iniciaba con la leyenda: “primer día del destete”.
En ese momento, decidieron que construirían su propio teatro, para lo cual contrataron a la compañía Hoffman-Henon (con base en Filadelfia, Estados Unidos), para realizar los planos, y al arquitecto alemán Augusto Ridder para construir el edificio. Cinco años más tarde se inauguraba el ‘Teatro Bolívar’, el más moderno de la ciudad.
El nuevo cine era la viva representación de ‘lo moderno’: un cinematógrafo con tecnología de punta que exhibía las últimas películas de Hollywood y un segundo piso donde funcionaba el Wonder Bar, que además de atender las funciones de cine, era uno de los pocos lugares donde podía adquirirse una Coca-Cola y también un centro de diversión nocturna.
Cordovez no pudo soportar la competencia y vendió sus dos cines a los hermanos Mantilla. No obstante, la construcción del teatro también había minado las finanzas del impreso, por lo que sus propietarios decidieron dividir sus bienes, quedando el cine en manos de uno y el diario en manos del otro.