Tuvo lugar un acto significativo y en alguna medida singular: la conmemoración del 50 aniversario de la creación del Instituto de Cultura Hispánica de Ambato.
Significativo por lo de hispanista: término de resonancias arcaicas, de mayor actualidad que nunca. Bastante singular porque de la geografía iberoamericana prácticamente han desaparecido los institutos de cultura hispánica: quedan el de Quito, Ambato, Guadalajara, algún otro que se me escapa, y pare de contar.
Se trata de una historia de luces y de sombras, de amores y desengaños. Cuando luego de la Segunda Guerra Mundial las NN. UU. decidieron castigarle a España con el aislamiento por sus vinculaciones con los países vencidos, Alemania e Italia, fuimos los hispanoamericanos los que reaccionamos: era la Madre Patria a la que se le ponía entre la espada y la pared, en circunstancias de país destrozado por una guerra civil. Se reabren nuestras embajadas. El trigo argentino llega como el maná bíblico. Es cuando el Gobierno español inicia una política de Estado: estrechar las relaciones con los países cuyas partidas de nacimiento se inscribieron en castellano.
Como acciones concretas de tal política de Estado se crea el Instituto de Cultura Hispánica y el Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Sra. de Guadalupe. Se les proporciona preciosos edificios ubicados en sitios privilegiados de la Ciudad Universitaria de Madrid. Se ofrecen centenares de becas a jóvenes que quieran estudiar en España. El efecto multiplicador es increíble. A mediados de los años cincuenta 15 mil se hallan inscritos en las universidades españolas. Sobra decir que los millones de dólares que salen de nuestros países son de gran auxilio para la España aún no ha salido de la pobreza. Todos los países hispanoparlantes cuentan con un Instituto de Cultura Hispánica.
Producido el ‘milagro español’ luego de poco llega al límite de sus posibilidades. Se impone el ingreso de España a la Comunidad Económica Europea. La aventura americana que comenzó en 1492 ha concluido. La decisión tomada por los gobernantes españoles resulta ser la acertada. Ello no obstante, hiere los sentimientos de todos la actitud de España durante la Guerra de las Malvinas: somos distintos y nos hallamos distantes de los hispanoamericanos, confiesa su ministro de Asuntos Exteriores.
Pese a todo se mantiene en pie, incólume, imbatible, más poderoso que nunca, el idioma que nos une; el compartido, tan nuestro como puede serlo de los españoles. Se trata del hilo conductor de una cultura, de ‘la sangre de nuestro espíritu’, de la Hispanidad en último término. Que admirable que los hispanistas ambateños también se hayan demostrado imbatibles y con una dignidad ejemplar se hayan puesto en el plan de conmemorar la creación de su Instituto de Cultura Hispánica.