Chupamangos

Cuando yo era muchacho y vivía en Manta, a veces llegaban desde Portoviejo, en sus camionetas lamparosas, algunos galanes a darles vueltas a las chicas del barrio. Esos audaces chupamangos eran muy mal vistos (por el sexo masculino se entiende) dados sus nefastos propósitos.

Años después conocí en Quito a Tamara Navas, actriz que venía de Berlín con Christoph Baumann. Hicimos algo de teatro y un día visité la casa de su papá, don Sócrates Navas, en las vegas del río Portoviejo, donde crecen los famosos mangos origen del apodo que con la influencia gringa había mutado ya al de Mango City Boys.

Mis contactos con los nativos de la capital manabita volvieron a quedar en stand-by hasta que, iniciado el siglo XXI, empezó a reseñar discos en la revista Mundo Diners un chico muy pilas, Juan Fernando Andrade, al que no le gustaba que le dijeran Picachú, razón por la cual comencé a llamarle educadamente Chupamangos. Él replicó con un Pata Salada de los Andes y me contó que en Portoviejo oían rock de la mañana a la noche; de hecho, él tocaba la batería en el grupo Los Pescados y, para mi sorpresa, resultó ser un gran lector que escribía cuentos y novelas y se convirtió en una gran cronista. Justamente a partir de su crónica de unos paquetes de cocaína que arrojó el mar en la costa manabita, escribieron a cuatro manos con Sebastián Cordero el guión de ‘Pescador’, película donde se lució Blanquito, el protagonista encarnado por Andrés Crespo.

Ignorante de la conexión, el sábado fui a ver ‘Mejor no hablar (de ciertas cosas)’ dirigida por Javier Andrade, que resultó ser hermano de Juan Fernando. Me gustó de entrada porque tiene la frescura de una ‘opera prima’, con esa carga autobiográfica que lleva a narrar lo que uno conoce y le duele.

Aunque a esta alturas, luego de tanta literatura, cine y telenovela de la droga, el argumento de dos hermanos niños bien con conflictos familiares y sexuales, embalados en la autodestrucción de las ‘pistolas’ y el trago, no sea ninguna novedad. Lo novedoso es que suceda en Manabí y te lleve a exclamar: “!Guau, eso está pasando aquí y lo están gritando a los cuatro vientos, con polvos, balas y puteadas!”. Amaina la sorpresa cuando recuerdas que ‘aquí’ es la tierra del ex empresario y prisionero César Fernández, y de los Cevallos de BancoMex.

Pero Portoviejo no es Rock City sino la mezcla del punk con el pasillo y de la Big Mac con la sal prieta. Arrepentido, el protagonista riega Johnny negro en la tumba paterna, pero usa una camiseta de Caña Manabita Faja Negra. Salta a la vista que la perica, el rock y la rebeldía no son verdad del todo: tras un baño de sangre el mundo vuelve al orden y terminamos oyendo un pasillo y sabemos que el niño rubio que sale del prostíbulo volverá a la casa a chuparse un mango como en los viejos tiempos.

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