2009, Madrid. A la Academia Ecuatoriana, entre cuatro academias americanas, le corresponde participar en el trabajo de la Comisión Permanente de la Asociación de Academias, en la Real Academia Española.
Designada por la AEL, formé parte de dicha Comisión. Además de nuestra tarea cotidiana sobre el Diccionario de americanismos, asistíamos los jueves a la sesión de la Comisión de Neologismos, donde, entre otras personalidades como el actual director de la RAE, Darío Villanueva, Mario Vargas Llosa, de cautivante sencillez, Álvaro Pombo, Luis Goytisolo, Luis María Anson y otros inolvidables académicos, conocí a Francisco Rico, siempre caballeroso. Bajábamos luego a la sesión semanal del ‘pleno’, habitualmente iluminadora y tranquila, que duraba una hora. Entonces conocí a Pérez Reverte. De agobiante personalidad, hacía gala de reclamar y criticarlo todo, en actitud ruidosa y agresiva, por decir lo menos.
Llamaba la atención, no por sus argumentos ni su sabiduría, sino por el torpe afán de ser el más importante, y poner en los plenos la impronta de sus reclamos y gritos rayanos en el insulto. Sus desplantes grotescos volvían aborrecibles sus intervenciones. Víctor García de la Concha, entonces director de la RAE, con admirable tacto impidió que un amigo académico respetadísimo, al que por delicadeza prefiero no mencionar, renunciara a dirigir un trabajo excepcional, al cual se deben logros esenciales para el camino del español en el mundo…
Octubre de 2016: Cunde en la prensa española la noticia del desencuentro entre Rico y Pérez Reverte, a propósito del ‘sexismo lingüístico’, tema sobre cuya esterilidad concuerdan aquí y allá, los académicos. Su discordancia no radica en si empedrar o no el idioma con inútiles abundancias y repeticiones que acaban con toda voluntad de estilo, sino en que Rico censura la ambivalencia de PReverte quien, al referirse en un artículo suyo a algunos académicos, los califica de ‘tontos del ciruelo’ y ‘talibancitas de la pepitilla’, haciendo campar por sus fueros su mostrenco machismo; Rico, indignado, llama al creador del capitán Alatriste ‘el alatristemente célebre autor de bestsellers’ (opinión que comparto: la obra de PR se lee con gusto, no más). A Rico, como a tantos otros académicos, le rebela la grosería innata de PReverte de quien, con sus propias palabras (las de PR) insinúa que es de los académicos ‘a los que la Academia honra, y no de los que la honran’.
Simón Espinosa participó el 2014 en la Comisión Permanente, y no pudo asistir a ningún ‘pleno’ porque se había decidido no llamar a ellos a los académicos hispanoamericanos, dado lo grotesco de las discusiones originadas por PR. Simón, normalmente generoso en sus juicios, me comentó: ‘Es que durante veintiún años fue periodista de guerra’.
Más allá de que PR tenga alguna razón en la carta con que contesta la indignada denuncia de Rico, no hay duda de que este es un caballero, mientras que aquel energúmeno, feliz de serlo, quiere –y quizá lo consigue- convertir los plenos en un campo de batalla sin tregua.
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