En un país muy lejano había un mago que un día se acercó a un chimpancé y le dijo “toma esta varita mágica, con ella podrás bajar los impuestos en tu país. Pero úsala con sabiduría porque cada vez que la sacudas, los impuestos van a bajar un punto y si bajan demasiados puntos, el gobiernos se quedará sin recursos y no podrá pagar ni a los policías que tanta falta le hacen al país”.
El chimpancé recibió la varita, le pareció linda y le pareció lindo sacudirla, pero no entendió el poder destructivo que tenía. Es más, luego de que la sacudió por primera vez, un grupo de gente le aplaudió y hasta le regaló alguna banana. Por eso la volvió a sacudir y la gente le aplaudía más y más. Y al chimpancé le encantaba que le aplaudan y le regalen bananas y sacudió tantas veces la varita que los impuestos cayeron tanto que el gobierno se quedó sin plata y no pudo pagar ni a los policías que tanto necesitaba el país.
Pero el chimpancé era feliz porque le encantaba que le aplaudan.
En otro país muy lejano y en una galaxia distinta, había un presidente que les dijo a los diputados de su país “les voy a mandar una ley que, al ser una iniciativa del ejecutivo, va a poder bajar impuestos. Por favor, me aprueban la ley pero no bajen más impuestos de los que dice el proyecto, porque si lo hacen, el gobierno se va a quedar sin plata y no podremos pagar ni a los policías que tanto necesita el país.”
Y los diputados, obedientes como son, aprobaron la ley sin modificar ni una sílaba y los impuestos bajaron un poquito y el gobierno sí se quedó con recursos suficientes para pagar a los policías que tan necesarios eran.
Como era de esperarse con tan buenos diputados, el presidente recibió de su parlamento una ley perfecta y no la tuvo que vetar ni tuvo que pelear por tener los votos para que los diputados no desechen el veto presidencial e impongan una ley imperfecta.
La ventaja es que a los diputados, a diferencia de los chimpancés, no les gusta que les aplaudan.