Dice la sabiduría popular que a veces la realidad supera la ficción, y no se equivoca. Pensar en un Chávez embalsamado y expuesto en una urna de cristal en pleno siglo XXI parece una idea sacada de un libro del viejo Gabo o de Tomás Eloy Martínez, quien describió con maestría las vicisitudes del cuerpo embalsamado de la santa más aclamada de Argentina, Evita Perón.
Pero el realismo mágico se vuelve aún más asombroso cuando Hugo Chávez, que escogió para morir el día del 60 aniversario de la muerte de Joseph Stalin, genera exaltaciones religiosas desesperadas en su escogido sucesor. Así procedió un desconsolado Nicolás Maduro en el día de su funeral, “Chávez nuestro comandante tenía dentro el escudo más fuerte que puede tener un ser humano, y eso es el corazón de Cristo, de hijo verdadero de Cristo, quien lo salvó de la injuria, y lo mantendrá vivo por siempre…”.
Mientras los patriarcas del materialismo dialéctico se revolcarían al ver que el tropicálido portaestandarte de sus teorías, terminó convirtiéndolas en una amalgama multiforme y sincrética de bolivarianismo, cristianismo y socialismo castrista, Ahjmadinejad dejaba por escrito en una nota -que podría ser una muestra de progresismo ecuménico radical, si es que no fuera porque es absolutamente ridícula- expresando su confianza de que Chávez eventualmente resucitará junto con el Mahdi prometido, una figura mesiánica del Islam chiíes.
Así sin más ni más, Chávez convertido de gran caudillo revolucionario a santo beatificado, pseudo reencarnación de Cristo y perennizado como apuesta única de que con su cuerpo y su presencia fantasmagórica, un poco carismático Maduro podrá sortear las tormentas que se avecinan.
García Márquez decía lo siguiente en su “Destino de los embalsamados” en el que elaboraba las dudas acerca de si el cuerpo de Lenin era en realidad una estatua de cera o si el cuerpo no estaba completo y había sido cortado: “En todo caso, estas suposiciones son posibles por la mala costumbre de conservar cadáveres para ser adorados por la muchedumbre.
Nada se parece menos a la imagen que se tiene de un hombre o una mujer memorables que sus desperdicios mortales arreglados como para una fiesta funeraria… Los católicos… piensan que la conservación casual del cuerpo es un indicio de santidad, y lo exponen en sus templos para deleite de sus fieles. Pero es difícil encontrar una justificación doctrinaria para la costumbre creciente de los regímenes comunistas, que parecen confundir el culto de los héroes con el culto de sus momias “.
Pero al fin y al cabo, quizá esa fue su voluntad final: ser embalsamado para que ningún futuro caudillo de aficiones extrañas se le ocurra exhumar sus restos, como él sí lo hizo con los de Bolívar.