Chávez tuvo éxito en encarnar un viraje a la izquierda en América Latina cuando ganaba el Banco Mundial y Washington en las cabezas de políticos y empresarios; sin asumir América Latina como causa ni la pobreza como prioridad. Pero lo hace sin proyecto ni ideas, como bien lo dice el Socialismo del siglo XXI, que se hace camino al andar.
Lo que asume con medios y energía fue un nacionalismo de integración latinoamericana, y a falta de proyecto le llevará a Chávez a acercarse a Cuba, sin derrotero en los hechos, mucho más hecho de retórica que de procesos. Bien o mal, con demagogia o no, encarnó una afirmación latinoamericana ante las potencias.
Pero la construcción de su rol de caudillo y de cautivar mentes y emociones de sectores populares, además de sus habilidades carismáticas, se lo debe a las políticas de distribución de la riqueza para amplios sectores sociales.
Ese socialismo trató de hacer revoluciones, como la “revolución agraria”, pero no tuvo actores en Venezuela de extensos llanos. No fue causa ni proceso, le daba en cambio legitimidad de revolucionario, los costos los asumían los abundantes petrodólares que Chávez recibió, ¡¡800 000 millones!! De que hacer verdaderas revoluciones, pero hizo más gastos que cambios de sistema. Por definición, la izquierda no es simple distribución de la riqueza a los pobres como hace la caridad. Es un sistema a crear para que no haya pobres y se reduzca la desigualdad social, en que la producción o el modo cómo las personas asumen sus necesidades debería ser con un sistema alternativo al actual.
Las revoluciones de Chávez poco funcionaron. Sus programas para combatir la pobreza o la desigualdad social con acceso a servicios (salud, vivienda…), a pesar de mejorar los indicadores sociales, no logran sino limitados impactos. Chávez es la búsqueda de ser o querer encarnar un socialismo sin proyecto. Una causa -programa sin causa real que lo configure.
Por una vez la izquierda dispuso de recursos y la inflación no fue el enemigo para deslegitimarse y pudo durar en el poder. Con Chávez, el de las grandes fortunas, sus resultados son magros. Pero al igual que en otros gobiernos del continente ahora, la afirmación social y colectiva es su mejor éxito, lo cual pocos captan o ven en ello un sutil cambio de pueblos que han acumulado derrotas que inhiben el mínimo sentido de igualdad ciudadana.
Las izquierdas requieren encarnar la renovación en un proyecto alternativo de sociedad, economía y poder. El negar su pertinencia es la mejor justificación para que las ilusiones de los caudillos les reemplacen y las izquierdas sean sus mejores soportes, revirtiendo la dinámica de la sociedad civil en simple apoyo al poder autoritario y no dinamizarla.
La herencia de una economía desecha, así como el hecho que la integración latinoamericana ya es asumida por todos, indica que el ciclo de Chávez ya llegaba a su fin.