He firmado un manifiesto en el que numerosos periodistas, intelectuales, artistas y catedráticos hemos expresado nuestra condena a los asesinatos de los redactores y dibujantes del semanario parisién “Charlie Hebdo”, y lo he firmado con absoluta convicción de mi rechazo personal a los hechos de violencia, cualquiera sea su origen, y aún más si provienen del fanatismo político o religioso o del abuso del poder. No obstante, si yo hubiese escrito aquel texto, no le habría puesto el título que lleva (“Nosotros también somos Charlie”) y hubiera evitado un par de líneas de cuyo contenido me creo en el derecho de distanciarme. Pero ya se sabe que en textos de esa laya no podemos estar con remilgos: o nos adherimos o nos negamos, pero si optamos por negarnos, no podemos expresar lo que quisiéramos decir con nuestra abstención, que bien podría interpretarse como evasión y cobardía.
Me hago responsable de mi firma, por lo tanto, pero el respeto a mis lectores (si los tengo) me lleva a considerar necesario explicar mis reservas. Y la primera se refiere al título que lleva aquel manifiesto. Es la versión en plural de la consigna que ha dado la vuelta al planeta y ha sonado en las principales ciudades de Europa, pero sobre todo en la capital de los franceses. “Yo soy Charlie”, sin embargo, o su equivalente plural, implica una identificación con las víctimas, lo cual es correcto; pero implica además hacer propias todas las expresiones de los dibujantes asesinados, lo cual ya no me parece adecuado. Tales expresiones, en efecto, han pisoteado el derecho de millones de personas a exigir respeto a sus ideas y creencias, y no creo que la libertad de expresión pueda incluir el derecho a mofarse de ellas, incluso de las que se tienen como más sagradas, como la imagen del profeta Mahoma para los fieles del Islam, o la representación simbólica de la trinidad divina, para los católicos. Por tanto, si decir “Yo soy Charlie” implica asumir como propias tales imágenes, me veo forzado a decir “Yo no soy Charlie”, y no porque sienta ofendidas mis ideas o creencias, sino porque no creo que nadie tenga el derecho de ofender a quienes las tienen.
De esta primera reserva se deriva la segunda: se refiere a las expresiones que afirman el derecho irrestricto a la expresión, incluyendo el derecho a la irreverencia y a la blasfemia. Si hay alguien que opte por ellas, respeto su decisión; pero no creo que el derecho a la libertad de expresión pueda ser invocado para proferir públicamente palabras o ideas que otros pueden considerar atentatorias de su derecho a sus ideas políticas o a su fe religiosa.
Y por fin, una precisión necesaria: la libertad de expresión es un derecho que tenemos las personas; los medios no son sino el vehículo para que podamos expresar nuestro pensamiento. Mi protesta, en consecuencia, es por el asesinato a periodistas y dibujantes; no asumo la defensa del medio en el que sus trabajos se publicaban. Como decía mi tía Regina, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.
Fernando Tinajero / ftinajero@elcomercio.org