Carlos Ochoa ha sido uno de los personajes centrales de estos años de arbitrariedad, persecución e intento de silenciamiento a medios, periodistas de investigación y columnistas.
Es un ejemplo de manual de lo que Hannah Arendt calificó como la “banalidad del mal”, en su famoso libro Eichmann en Jerusalén. En el que se describía el juicio por genocidio al criminal de guerra, Adolf Eichmann. No se apresure a sacar conclusiones, no estoy comparando a Ochoa con un criminal de guerra nazi, lo uso como referencia para describir la actitud de ciertos funcionarios, burócratas, que asumen un encargo, una tarea, sin evaluar el daño que hacen; para ellos es una acción mecánica, banal, el cumplimiento de una norma abusiva, un operador eficaz de una “maquinaria” de persecución.
La Ley Orgánica de Comunicación es una amenaza para los derechos, tiene una matriz abusiva, un contenido que permite, organiza y facilita el abuso, sin embargo el señor Ochoa lo multiplicó mediante una práctica personal e institucional elevando al máximo la discrecionalidad de su actuación. Desde alterar un texto legal, para ampliar las opciones de sanción a supuestos no contemplados en la ley, pasando por los absurdos procesos en que él mismo era víctima, denunciante, acusador y juez. Como olvidar su moralismo pacato con el que juzgaba programas de radio y televisión; la forma que funcionarios, de todos los niveles, aprovecharon esta actitud y disposición de ponerse al servicio del poder para forzar a los medios a aceptar réplicas y rectificaciones, que de tales tenían poco.
Estas se usaban para establecer versiones oficiales, rectificaciones que el señor Ochoa enviaba redactadas y diagramadas, simulando la noticia verdadera. Las necesitaban para construir esas verdades paralelas, y allí estaba él para cumplir los mandatos, para ponerle la máscara a la propaganda. La misma máscara de defensor de derechos que usaba al hablar en nombre de los ciudadanos, de la democratización de la comunicación, cuando era un ejecutor de las ansias de poder de otro.
El señor Ochoa sale de una manera extraña, el Consejo de Transición acoge la decisión del Contralor subrogante de destituirle, lo cesa por considerar que tiene una inhabilidad para el ejercicio de un cargo público y llama al concurso para reemplazarlo, sin esperar el resultado de los recursos en contra de la decisión de destitución.
El final de la carrera burocrática del ex Superintendente tiene un cierto sabor a justicia poética: quien usó y manoseó el derecho para sus abusos, ahora se le separa por medio de una interpretación del laberinto normativo creado por el correísmo.
No justifico al Consejo, tengo dudas sobre la acción, no sobre la capacidad legal de la Contraloría, pero no niego que me alegra este giro de la historia que pone en su sitio a quien hizo daño a personas y a la libertad de expresión.
Adiós señor Ochoa, que los fantasmas de los abusos que cometió le sigan todos los días a donde vaya.