Es verdad, como me dices en tu nota, la invasión silenciosa, constante, imparable, ha copado el idioma y las costumbres. La chabacanería nos ahoga, tienes razón. Es un estilo de vida, un modo de ser que marca la política, la academia, el pensamiento, la noticia y la familia.
Y, lo peor es que vamos cediendo espacio, adoptando sus formas, renunciando a los rigores de la cultura, a las reglas del respeto. Ahora, para no quedarse fuera y ser parte de la nota predominante, “hay que ser populares”, estar en onda, y eso implica meterse en el lodazal de la grosería.
A propósito de tu nota, y para constatar si tu tesis de la invasión de los bárbaros tiene visos de realidad, me sumerjo en el mundo de los comentarios a las noticias y a las columnas, me meto en las versiones on line de los diarios, y veo que tienes razón. Como me dices, lo que allí hay, salvo excepciones que por escasas casi no se advierten, además del atropello al idioma y de la ortografía pedestre, es una actitud chabacana, que revela cómo opera y cuáles son los referentes de la posmodernidad tropical de nuestro medio.
Me pregunto, ¿es esa la clase media a la que tanto valoramos, esa es la insignia de madurez social, el síntoma de evolución hacia la igualdad? ¿Está representada la sociedad en ese mundo de “opiniones” donde prevalece la vocación pendenciera, la simpleza analítica y las abrumadoras carcajadas que recuerdan a las chacotas de la barras del estadio de fútbol?
Se me dirá que ese es el pueblo. Dudo que sea así. El pueblo de verdad -no la ficción política- no va por esa vía, al menos esa esperanza abrigo. Y tampoco vive on line porque debe trabajar para vivir. Sea como fuese, mal síntoma y peligroso signo es el acento en la grosería, el desprecio a la opinión ajena, la falta de respeto a todos y a todo. Y más peligroso aún si ese modo de ser no se agota en los comentarios que se vierten aprovechando el anonimato de la informática. Semejante modo de ser está en los modales, en la forma de conducir el auto, en la prepotencia generalizada, en la algazara, en esa actitud de matasiete que adoptan algunos adolescentes de gafas y gorrita y otros viejos disfrazados de jóvenes. La chabacanería está en el aire que respira una masa que creció velozmente en dinero, celulares, viajes y coches, pero no en cultura.
Esto será subsanable con la educación, así me dices en la nota en que haces la radiografía de esta nueva rebelión de las masas. Soy escéptico sobre el remedio, porque precisamente lo que pone en entredicho esta “neo cultura” es la educación y los maestros. Es evidente el desprecio que los militantes de la chabacanería sienten por las reglas, las jerarquías y los valores. Difícil el trance, entonces, si la rebelión que antes sirvió para transformar, ahora es método para emprender el camino hacia abajo, al ritmo del zapateo de los chabacanos.