El carácter del correísmo es autoritario, no totalitario. La diferencia entre ambos regímenes que repudian la democracia es que lo hacen desde estrategias distintas. Conceptualmente, una diferencia, no la única, es que los totalitarismos se basan en la movilización popular; en grandes masas organizadas en respaldo del caudillo y su orden. Los totalitarismos politizan en extremo a la sociedad. Como Hitler y Mussolini en el siglo pasado; como lo intentó con relativo éxito Chávez. Los autoritarismos, en cambio, no van por la vía. No porque no quieran, sino porque no pueden.
El estalinismo, por ejemplo, no fue un movimiento de masas, sino un régimen autoritario represivo que controlaba desde el Estado, a sangre y fuego, la república de los soviets. Su poder no estaba en la sociedad movilizada, sino en su despolitización y en su temor. Por ello, sostengo que el correísmo es más autoritario que totalitario. Su fuerza política no radica en bases organizadas a favor del régimen, sino en el poder que la casta gobernante puede ejercer desde el Estado.
Por tanto, desde sus inicios, la desmovilización de la sociedad ha sido el gran activo de esta mal llamada revolución ciudadana.
Básico para ello, ha sido que el Presidente monopolice la credibilidad y la popularidad de la sociedad frente a todos los demás actores, no solo políticos, sino sociales, económicos e, incluso, culturales y comunicacionales. Importante ha sido también que se destruya su tejido social y asociativo; que se calle a los medios; que se controle el sistema universitario; que se coopte a artistas e intelectuales. Todo ello, apuntando a un objetivo mayor: la despolitización de los ciudadanos, tendencia que ha operado sobre un mecanismo muy simple, a saber, que los ciudadanos crean sin dudar en el Presidente, den por sentado como verdad absoluta lo que dice y, por tanto, se eximan de pensar, criticar, pedir cuentas, participar. Por eso, la credibilidad presidencial es el mayor tesoro de la revolución ciudadana, bien lo dijo el Presidente el sábado pasado.
Y ese tesoro sirve para todo. Para insultar y descalificar; para argumentar y explicar; para mentir y ocultar; para desfogarse y humillar; para ordenar y dictar; para confundirnos entre administrar el Estado y parlotear; pero, fundamentalmente, sirve para crear realidad, para hacer del Gobierno un simple y sencillo ejercicio de propaganda. Nunca antes el Presidente había sido tan sincero como con este reconocimiento y esta frase. Con ella sintetizó la esencia de su proyecto y de su ser político. Nos dijo: yo soy mi palabra; la revolución ciudadana es mi palabra; soy lo que me creen; soy propaganda.
Gracias Presidente por su transparencia; gracias por desnudarse ante nosotros y desmentirse usted mismo que tantas veces nos habló de que lo más valioso de su revolución era el cambio de época, la nueva matriz, el socialismo del siglo XXI, la nueva Constitución. Gracias por corregirnos a quienes pensábamos que el proyecto de Alianza País tenía tesoros más valiosos que su palabra. Gracias por hacernos entender que entre un Presidente de la República y un vendedor de ungüentos un sábado de feria no hay mayor diferencia.