Nacido en Quito, hace exactamente 100 años y gran propulsor de la obra pública, a Camilo Ponce Enríquez se le evoca durante la Presidencia que ejerciera de 1956 a 1960, sobre todo por sus gigantescas obras tangibles. Así ocurrió con toda la infraestructura física indispensable para la Undécima Conferencia de Cancilleres Americanos, incluyendo el Palacio Legislativo; la restauración del Palacio de Gobierno; el edificio del Seguro; las residencias universitarias; la nueva Cancillería; la terminal aérea; el Hotel Quito.
Y por cierto el proyecto del puente sobre el río Guayas, entorpecido por la mezquindad política; el Puerto Nuevo de Guayaquil, la dotación de agua potable para el suburbio; la bravía carretera de Santo Domingo de los Colorados hacia la Costa; la Escuela Politécnica del Litoral; el muelle marítimo de Manta.
La declaración de Parque Nacional de las islas Galápagos; el Centro de Estudios Superiores de Periodismo. Tales rubros no agotan la significación de Camilo Ponce en la vida histórica del Ecuador. De hecho, pocos gobernantes han llegado mejor preparados para la administración colectiva como Ponce y como lo revelan sus estudios, sus libros y su considerable bibliografía donde se encuentran los discursos parlamentarios -fueron célebres las dos interpelaciones que afrontó como Ministro de Gobierno de Velasco Ibarra, en casos por imperativos de lealtad y caballerosidad – y frente a contendores de calidad. Ponce representó la inclusión de ese enorme sector a la vida ciudadana estigmatizado como ‘parias’ por obra y gracia del fraude electoral practicado en diversas épocas, pero con especial desfachatez a partir de la llamada revolución liberal.
Sin embargo no se mantuvo estático en la posición de la derecha, sino que la modernizó y asumió la sabiduría secular de la doctrina social de la Iglesia Católica, enfrentando nuevos problemas y ofreciéndoles soluciones valederas y originales. Los 4 años de su período presidencial se integraron dentro de la época cuando más cerca estuvo el país de establecer la democracia constitucionalista, junto con las gestiones de Galo Plaza y la tercera de Velasco Ibarra.
La descollante característica reunió la tolerancia y el celoso respeto de la Constitución y las leyes, el pluralismo para diversas corrientes ideológicas, que habrá sorprendido a propios y extraños. Fue célebre su definición del 18 de octubre del 56, en Portoviejo: “Yo no soy mandón, sino un mandatario; yo soy un Presidente de la República, por la voluntad mayoritaria del pueblo y estoy bien lejos de envanecerme por ello”.
Bregó por el salario familiar; quiso transformar a “los proletarios en pequeños propietarios”; expidió la Ley de Fomento Industrial para la creación de fábricas y puestos de trabajo; en fin, fue acaso demasiado fiel a la estabilidad de la moneda para conservar el poder adquisitivo ecuatoriano.