‘Carlitos es un hombre de múltiples oficios e innumerables facetas. Es un incansable promotor de obras pastorales y sociales; es un maestro de vocación y largos años de ejercicio; es un buen conversador, ameno y bien informado; es, como lo atestiguan varias generaciones de funcionarios públicos, un palanqueador persistente y eficiente; es ayudador compulsivo, siempre generosamente dispuesto a ofrecer las colaboraciones más inverosímiles; es en fin, alguien que en la vida ha tenido que ser una que otra vez, por gusto o necesidad, periodista, arquitecto, consejero matrimonial, orador de ocasión y árbitro de fútbol. Pero más allá de ello, el hombre es ante todo y sobre todo, sacerdote y poeta. Su obra fundamental se enmarca en estas sus dos grandes vocaciones, que en realidad son una sola”.
Así se me ocurrió definir a Carlos Suárez Veintimilla en 1994, cuando todavía estaba vivo y se publicaron sus poesías completas. Este 16 de junio se cumple el centenario del natalicio, me pareció que debía recordar el retrato.
Carlos Suárez Veintimilla era ibarreño. Lo fue en todas las formas posibles. Nació aquí en esta ciudad, fue parte de una notable familia ibarreña, dedicó a Ibarra una importante parte de su producción literaria, en Ibarra vivió casi toda su vida y en ella realizó su principal obra pastoral y material. Y, aunque esto no es nada frecuente, de alguna manera, sí fue profeta en su tierra, al menos por el hecho de que en la ciudad lo querían mucho y lo consideraban su poeta más notable. Se dedicó a la poesía religiosa y también escribió las más hermosas piezas sobre el paisaje imbabureño.
Estudió en Ibarra y Roma, donde siguió 3 años de filosofía en la Universidad Gregoriana, obtuvo el título de doctor en Filosofía, y luego estudió 4 años de Teología, obteniendo la licenciatura. Se ordenó sacerdote el 28 de octubre de 1934. Estudió después 4 años de Derecho Canónico, obteniendo el doctorado. Su estancia en Roma marcó su vida en muchos sentidos. No solo porque allí se hizo sacerdote, sino porque entonces comenzó a escribir poesía.
En 1938 volvió a Ibarra e inició su trabajo pastoral junto con un grupo de jóvenes sacerdotes encabezados por Leonidas Proaño. Realizó su labor entre estudiantes y en la Juventud Obrera Católica. En los años cincuenta fundó la Hermandad de Fátima, que mantiene una obra educativa.
Estuvo siempre activo y lleno de proyectos hasta muy avanzada edad. En un momento, la enfermedad lo venció. Tuvo largos días de gravedad. Como era de esperarse, las hermanas, la familia y muchos amigos lo acompañaron en ese trance. Al fin se encontró con su Creador el 14 de septiembre de 2002. Ahora, el centenario de su nacimiento es oportunidad para recordar su obra poética, reconocida como una de las más notables en su género.