A ningún gobernante, equipo político o encargado de la comunicación, en el estilo Goebbels, se les ocurriría poner físicamente a inquisidores en las redacciones de los medios para verificar lo que debe informarse y lo que no es conveniente hacerlo. Burocráticamente no sería eficaz tan perversa labor. Existen otros ardides para que los artesanos de la información sepan lo que ante la óptica de un poder omnipotente se debe o no informar. Se trata de una sutil barrera entre la amenaza potencial y la cautela para abstenerse. Esta vivencia no corresponde ni a la censura ni a las responsabilidades ulteriores; se trata de que un periodista en su oficio no indague o busque aquello que en el ámbito público pueda provocar reacciones contra su persona, su trabajo y por ende su familia. Es emblemático al respecto para los periodistas y los jerarcas del poder de todas la latitudes lo que dijo John Cox en su editorial de Buenos Aires Herald al despedirse, luego de un ultimátum de la dictadura: “La mayor dificultad para un periodista que ha trabajado en la Argentina en los últimos 10 años ha sido decirle a sus lectores lo que no querían escuchar y señalarles lo que no deseaban ver”. En esas condiciones, el periodista esconde su principal arma profesional que es la búsqueda de la verdad y lo hace bajo amenaza. Pero debe aclararse, esto no es censura; es mucho más grave, es autocensura.
Es decir, una reacción provocada por el temor y muchas veces por el miedo.
En el Ecuador estamos ad portas de un Régimen donde la normativa legal, el sistema de justicia y la omnipotencia del poder sobre la sociedad definirán a la verdad en términos de intereses políticos del poder. Es muy difícil que en estas condiciones Juan Carlos Calderón y Cristian Zurita hubieran encontrado una editorial que los ampare con su edición de ‘El Gran Hermano’ después del 30–S y lo que se viene con el Consejo de Regulación, el Consejo Tripartito de la justicia y las nuevas disposiciones tributarias y penales. Lamentablemente, el problema de los monos que no ven, no hablan ni oyen es que no están locos.
El Consejo de Regulación con seis votos contra uno no va a cerrar los diarios ni meter presos a sus directivos. Su trabajo consistirá en vigilar severamente el trabajo diario de los periodistas hasta volverlos zoquetes e inútiles. La ceguera, no en los ternos de Saramago, es que muchos piensan que este es solo un problema de los periodistas y de los directores de medios. Al respecto, Mario Vargas Llosa expresa una reflexión: “Hay liberales, por ejemplo, que creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas y que el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo, la marginalidad y la exclusión social. Esos liberales, verdaderos logaritmos vivientes, han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas”.