Lo que sucede en Venezuela, luego de descubrirse la enfermedad del coronel Chávez, pone en evidencia la fragilidad de los sistemas que tienen como sustento básico la figura de un político en la que se concentra todo el poder. Mal endémico de los países latinoamericanos. Estos personajes, desde distintas vertientes ideológicas, a su tiempo han dominado grandes espectros de la política de la Región. Inundando todo con su carisma y, a falta de este, con los mecanismos de la propaganda, se pusieron por encima de las normas de sus países controlándolo todo, absorbiendo hasta los más mínimos detalles, siendo implacables con sus opositores para ver, en su ocaso, como todo lo que edificaron se derrumbaba, terminando por los suelos como toda obra que no tiene sustentos sólidos, salvo el engaño pasajero con el que lograron por un espacio de tiempo deslumbrar a buena parte de sus ciudadanos. Al final, si se hurga con cuidado en la historia latinoamericana, se puede observar que esta clase de políticos han sido el óbice que ha impedido una mayor institucionalidad de sus países, contribuyendo negativamente para crear una cultura que no permite confiar en la vigencia de la ley.
Han sido los directos responsables del atraso de sus pueblos. Salvo los amigos de palacio o los aventureros que poco tienen que perder, son los que se atrevieron a apostar por el futuro de esos países protagonizando, la mayoría de veces, verdaderos saqueos. En muchos casos la “seguridad jurídica”, entendiéndose ésta por la certeza de tener la protección de esos regímenes, se la adquiría a cambio de sobornos y regalos a los miembros de estos gobiernos. Cada grupo que usufructuó el poder al lado del líder de turno se encuentra plenamente identificado al interior de esos países, campeando sus fortunas mal habidas por encima de la pobreza de las mayorías.
El resultado siempre es desastroso. A su caída queda la tarea pendiente de recomponerlo todo. A veces las pretensiones de estos personajes incluso quieren ir más allá de sus límites físicos o terrenales. Pretenden disponer de la suerte de sus neo-súbditos colocando a un familiar en su puesto. Increíble o no, ahora mismo existen países en los que se hallan en el poder personas escogidas por el caudillo, o se discute como asunto trascendental de la nación cuál será el designado. Lo que importa es la voluntad del jefe, luego se harán los arreglos necesarios para ungir al sucesor.
Esta práctica que aún existe en América Latina es lo más distante de las democracias modernas. Construir en ese escenario instituciones sólidas, que respondan a la normativa diseñada a través de los consensos logrados entre las distintas fuerzas sociales, se convierte en una tarea titánica. Pero no por la dificultad de la misión hay que abatirse. A los países desarrollados les tomó tiempo, pero finalmente alcanzaron el objetivo. Es evidente que esa es la tarea pendiente.