El tiempo que dedicaremos a la campaña electoral es relativamente corto; muy reducido si atendemos a la necesidad de que en ella se discutan programas, se evalúen liderazgos, se analicen propuestas concretas hacia el país. El régimen ha conducido el proceso electoral con sospechosa lentitud y lo ha entorpecido para que la fase de presentación y deliberación política sea lo suficientemente corta y no se convierta en un momento de evaluación seria sobre la marcha de su gobierno y de su revolución. Si es demasiado corta para lograr una deliberación sostenida, parece ser demasiado larga para la caricatura de democracia que se expresa en el desfile de figuras que integran las listas y que nada tienen que ver con la construcción de la política o con el activismo social.
Paradójicamente, es el propio partido de Gobierno el que ubica en sus listas a deportistas, a figuras mediáticas, las cuales terminan ocupando el lugar que debería ser ocupado por sus propios cuadros políticos. Es la forma como opera el partido más fuerte del espectro político ecuatoriano: una lógica política donde el caudillismo está por encima de la propuesta ideológica y programática, donde no es la meritocracia la que determina la carrera política de los militantes. Los procedimientos de democracia interna de Alianza País quedaron expuestos en su asamblea nacional donde se anunciaron sus candidaturas: las primarias internas reducidas a una parafernalia mediática donde únicamente se ratificaban las decisiones que el líder ya había tomado previamente.
Todos los enlistados de Alianza País saben que Correa es el único que puede jalonarlos a la victoria. El liderazgo de Correa, que parecería ser la mayor fortaleza de Alianza País, es su mayor debilidad; el saber que se cuenta con una organización que depende exclusivamente del líder, que sin el líder toda la construcción política se derrumba, el estar cada vez más conscientes de que toda la legitimidad del proceso es succionada por su figura carismática; una situación que se expresa en la pobreza de liderazgo de sus listas, y que es seguramente su más seria amenaza: el riesgo de una Asamblea en la cual no se alcance a configurar una mayoría consistente para el sustento de su modelo político.
El caudillismo es un fenómeno que se sobrepone sobre cualquier consistencia programática o política, frente a él no es suficiente la carrera política ni la meritocracia.
El desafío para las oposiciones en este contexto está en no repetir el fenómeno caudillesco, en anteponer a la figuración mediática la discusión de programas, la deliberación sobre tesis, ello develará aun más la inconsistencia de aquellos que están allí solamente para figurar aún más, o para engrosar las filas del caudillo que por ahora los acoge.