Catástrofes, inseguridad, decisiones

La humanidad vive ciclos catastróficos que, como en la vida privada, implican conmociones y conllevan a redefiniciones. En otros momentos, en que el peligro parece ausente o no existir, la humanidad tiende a posponer sus problemas y decisiones difíciles, prefiere mentirse, esconder los hechos o la realidad y, sin ápice de ciencia, hace hasta conjuros para que el buen momento sea eterno.

Pero la vida actual nos hace malas jugadas, las catástrofes se multiplican, están más cercanas unas de otras. Estamos en una sociedad de riesgos económicos, sociales, políticos, de empleo, de seguridad, además de los evidentes de la naturaleza amenazante, por su propia dinámica como por los abusos humanos en depredarla.


Pero al fin parece que los terráqueos quieren ver el mal que causan al ambiente y remediarlo. Hay que aprovechar el momento para asumir responsabilidades que frenen el mal uso que hacemos de la naturaleza y sus efectos negativos, tal como la contaminación ambiental.

Ese debería ser el objetivo de la reunión de París sobre el ambiente, en noviembre. 
Voces diversas consideran que es el capitalismo el causante del desastre, a pesar que sociedades nada o poco integradas a este sistema ya conocen fenómenos similares.

En sentido contrapuesto, hay científicos y ahora países, como Rusia, que pretenden que el calentamiento terráqueo no tiene que ver con la contaminación sino con una larga evolución de los planetas.

Según proyecciones de geólogos y físicos, es probable que, en millones de años, la Tierra desaparezca. Entonces, cruzarse de brazos ante lo que tantos estudios indican que la acción humana incide para dicho calentamiento, resulta irresponsable.

Igualmente lo es pretender resolver primero las lejanas causas sociales (el capitalismo u otro sistema). Las condiciones actuales, ante el peligro de mayor desastre, requieren medidas concretas inmediatas, algunas radicales, pues es claro que el consumo actual es depredador y que el crecimiento de humanos, ricos o no, con o sin equidad, no hará sino llevarnos a mayores desastres.

Esto no solo con el déficit previsible de agua, sino con elementales recursos alimenticios, espacio vivible y aire sano. 
No se debe ir a París con discursos rimbombantes sobre los malos de ese mundo, sin aportar con medidas viables y exigentes.

Al nivel interno, debería ser causa nacional tomar radicales medidas ante el consumo de hidrocarburos, gran causante de contaminación con efectos desastrosos para la salud.

Quito desperdicia la oportunidad de ser un modelo, si en lugar de endeudarse en un metro costosísimo, siguiera el modelo de países nórdicos o del sur de Francia, con metros pequeños, ligeros, maleables, fáciles de dirigir que van a todas partes. Hay buses eléctricos que ya pueden reemplazar a los buses escolares.


Es la coyuntura para hacer el salto a lo eléctrico o voltaico, por caro que sea, pues evitamos lo costoso de la contaminación en salud. Encarecer el carburante hace que estas alternativas funcionen.

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