Uno de los cuentos más famosos de Julio Cortázar es Casa Tomada. El relato transcurre en una espaciosa casa bonaerense de la primera parte del siglo XX en la que viven dos hermanos solitarios en cómoda armonía. No obstante, sin previo aviso y sin razón alguna, distintas áreas de la casa empiezan a ser tomadas. No se sabe quiénes son los ocupantes, pero, poco a poco, estos se establecen en todas las habitaciones hasta que los propietarios se encuentran aislados en el zaguán sin más posesiones que lo que llevan puesto. Deciden entonces abandonar la casa y tirar las llaves a la alcantarilla para evitar que algún ladrón ingrese a la misma a robar y se la encuentre tomada.
Cortázar empieza su cuento de esta forma: “Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”.
Basta una pequeña dosis de imaginación para que un lector contemporáneo cualquiera asimile como suya la siniestra y maravillosa ficción de Cortázar, y sienta que, en efecto, su casa ya ha sido tomada. Así, aquel lector ficticio, sin darse cuenta, de forma silenciosa pero continua, mientras avanza la lectura del cuento, percibirá que alguien está usurpando sus espacios. Primero experimentará la angustiante sensación de que le han arrebatado la paz y la tranquilidad y se la han cambiado por la violencia como la forma de vida cotidiana: confrontación social y política, escarnio público, amenazas e insultos, asaltos expresos, robos, hurtos, secuestros, homicidios, sicariato, serán algunas de las escenas que el ávido lector experimentará con preocupación en su entorno cercano.
Luego, nervioso, se levantará para tomar una copa pero se encontrará con que no le queda una sola gota de licor en casa. Intentará salir a comprarla, pero recordará que es domingo y que algún alcohólico redimido, falso moralista o fanático religioso, tuvo la genial idea de restringir su derecho de tomarse un trago cuando le venga en gana. Sin posibilidad de comprarlo y con la violencia galopante en las calles, aquel lector preferirá quedarse en su casa mascullando su frustración y lanzando improperios. Desmoralizado, el lector encenderá el computador y revisará su correo electrónico. Descubrirá que unos lo han afiliado a una tienda política que él no conoce y que otros le han sacado todo el dinero que tenía en el banco. Alguien le advertirá que las redes sociales han sido intervenidas y que lo observan permanentemente. Azorado, sonreirá de forma burlona y murmurará un insulto impublicable.
Volverá al cuento. Lo terminará de leer en el preciso instante en que los extraños se habrán apostado, amenazándolo, detrás de la puerta de su habitación. Entonces solo le quedarán dos opciones: dejar la casa y sus recuerdos como los personajes del cuento o despertar.