Quizás fue porque cada vez hay menos recursos para el arte o porque un día se abrieron sus puertas para que los manifestantes estacionados en el Parque del Arbolito no permanezcan a la intemperie. Sea como fuere, la Casa de la Cultura está cada vez más lejos de ser ese centro de promoción de las letras y del desarrollo artístico concebido en 1944 por Benjamín Carrión.
Que el arte es subversivo y que los intelectuales son eternos cuestionadores del sistema son dos premisas doradas. El problema resulta cuando el quehacer ideológico se confecciona en desmedro de la tarea encomendada. Uno de los complejos implantados por los dos ideólogos al frente es que en el Ecuador se ha privilegiado a la cultura “de afuera” por encima de la “cultura nacional”. Así el ballet y la música de cámara se fueron satanizando y perdieron espacio por ser supuestamente “cultura dominante” que aplastaba expresiones de una clase dominada.
¿Qué se hizo entonces para impulsar a la cultura nacional además de implantar ese escenario de enfrentamiento oligárquico-popular? El sociólogo Fernando Cerón y su acólito Andrés Madrid confundieron la difusión de las manifestaciones pluriculturales con la militancia. Cerón, aspirante a actor político, sigue en Twitter más cuentas de actores sociales y líderes indígenas que de organizaciones culturales. Madrid fue coautor de “Estallido: La rebelión de octubre en Ecuador”, el libro de Leonidas Iza en el que defiende sus ataques a la institucionalidad.
La Ley Orgánica de la Casa de la Cultura Ecuatoriana define a la institución como autónoma pero no dice nada de intercambiar el fomento cultural por el activismo político. Por supuesto, tampoco se autoriza a convertir las instalaciones en lugares de retención ilegal de periodistas y agentes del orden como ocurrió en 2019. Hay autonomía pero depende de la asignación que consta en el Presupuesto General del Estado.
Hay algo pestilente cuando la principal organización de quehacer cultural queda en manos de revolucionarios itinerantes. “El pueblo intuye que tras el secretismo siempre hay algo inconfesable y turbio”, decía Benjamín Carrión.