El fundamento de la nación es la cultura. De ahí que si se busca dinamizar un país, si se intenta sacarlo del letargo en el que suelen caer los pueblos, si se trata de impulsarlo por el camino del desarrollo económico y social habrá que partir de sus fuentes originarias, de su cultura. De poco valdría mejorar el nivel de vida material de una población, incrementar sus índices económicos si conjuntamente no se pone en marcha una política de Estado que preserve e incremente la riqueza cultural de los pueblos que históricamente han conformado la nación.
Con buen tino, el presidente Moreno ha convocado en estos días a varios estamentos sociales para un diálogo abierto con un claro objetivo: superar los conflictos que mantienen rezagado al país. El diálogo democrático y bien intencionado siempre será el camino adecuado para alcanzar la paz y la prosperidad de una nación. Y es en ese diálogo que debería estar presente la cultura. Y qué mejor para ello, la contribución que puede prestar la Casa de la Cultura, emblemática institución que, en este 2019, cumple 75 años.
Conviene recordar que uno de los motivos que en 1944 movilizó adhesiones en torno a la Casa fue el pregón difundido por sus fundadores. Se habló entonces de ”volver a tener patria”, se pensó en la nación ecuatoriana como una comunidad imaginada y soberana, fundada en valores culturales que surgen de una historia común y no necesariamente de la política. Soy de los que creen en la nación ecuatoriana como un ideal posible capaz de aglutinar voluntades y sintetizar los valores morales de un pueblo; construirla es tarea de todos, compromiso cotidiano.
La Casa de la Cultura ha tenido épocas de luz como también de penumbra. Las dictaduras militares intervinieron en ella y la despojaron de su autonomía. El gobierno autocrático de Rafael Correa la menospreció, trató de ahogarla, le impuso un estatuto legal que la disminuye y atomiza.
Durante la presidencia de Osvaldo Hurtado la Casa pudo concluir los edificios de su matriz, equipó su imprenta con moderna maquinaria y, en acuerdo con las instituciones culturales, se discutió y aprobó la Ley de Cultura de 1984, que le devolvió la autonomía. En mi condición de subsecretario de cultura de entonces, me tocó llevar adelante este proceso en el que participaron actores e instituciones culturales del país. La ley de 1984 creó el Consejo Nacional de Cultura, creó Foncultura, institución que financió centenares de proyectos culturales de iniciativa privada. Hoy nada subsiste luego de la arremetida correista.
Después de una década marcada por el autoritarismo y la descarada desvergüenza creo que sigue teniendo vigencia aquello de “volver a tener patria” sobre la base de la recuperación de los valores éticos y culturales que siempre hicieron grande a este país.