Una vez más, el presidente Correa, en su desesperación por recaudar más recursos para seguir con el despilfarro irresponsable de los dineros públicos, pretende meter la mano en el bolsillo de los ecuatorianos incrementando, a niveles confiscatorios, los impuestos de plusvalía y a las herencias que ya existen, con el falso justificativo de que estos solo afectarán a los ricos y que será un mecanismo para redistribuir la riqueza.
Se olvida el Presidente que estos impuestos han estado vigentes desde hace muchos años. El primero, recaudado por los municipios cuando se hacen transferencias de dominio y el propietario tiene una utilidad entre el precio de compra y el de venta. Y el segundo, que pagan los herederos al Fisco cuando una persona fallece y deja bienes y, que han sido reajustados en forma periódica a través de los reavalúos…
Estos impuestos, al igual que los demás impuestos directos, se justifican por el principio de que “el que más tiene debe pagar más, a favor de los que menos tienen”, pero de ninguna manera pueden ser exagerados o injustos porque ahuyentan la inversión, el emprendimiento y desincentivan la adquisición de bienes, frenándose el desarrollo.
Los impuestos directos, que sirven para redistribuir la riqueza, tienen una gran incidencia en los ingresos fiscales de los países con gobiernos serios y funcionarios preparados. Pero en los países con gobiernos populistas y funcionarios improvisados, como el nuestro, esto no ocurre debido a las deficientes y poco técnicas políticas tributarias y a la corrupción. Por ello, tienen que recurrir a los impuestos indirectos que pagamos todos por igual y son los que financian el Presupuesto, agudizándose la desigualdad.
Si la administración pública, seccional y nacional, encargada de recaudar los impuestos directos que existen en nuestra legislación tributaria, lo hiciera con responsabilidad y apegada a la ley, los ingresos serían mucho más significativos, pero los municipios y el Gobierno actual, al igual que los anteriores, han sido muy estrictos para cobrar a las clases menos favorecidas, pero no aplica esa acuciosidad cuando se trata de las personas naturales y jurídicas con poder.
El pueblo ecuatoriano ya se cansó de tanta mentira y por fin perdió el miedo y salió a las calles a expresar su descontento al gobierno abusivo, prepotente y mentiroso que, durante todos estos años, nada cambió y solo se dedicó a malgastar el dinero. Este Gobierno ya no es un interlocutor válido para dialogar y buscar consensos, porque ya se va, ahora solo le toca rendir cuentas y responder por lo que ha hecho y dejado de hacer en nuestra empobrecida patria.