Su Majestad le había asignado una misión casi imposible: mantener a raya el expansionismo de los novísimos EE.UU., y cuidar Luisiana y Florida Oriental de una invasión inglesa.
Además, debía asegurar la lealtad de la mayoría francesa creole de N. Orleans, que hace apenas dos décadas se había rebelado contra las restricciones para comerciar sólo con el Imperio Español, expulsando a Antonio de Ulloa, el primer gobernador. Ulloa era el brillante científico-marino que en su juventud había acompañado a la Misión Geodésica Francesa en Quito.
Luisiana dependía del Virreinato de Nueva España y era la frontera oeste de las ex colonias americanas, e iba desde el Golfo de México hasta Canadá, y las planicies vírgenes de Viejo Oeste. El Barón de Carondelet era la persona indicada para manejar esos vastos territorios: talvez el mejor administrador del Imperio, hablaba francés (había nacido en Bélgica en una familia de ascendencia Borgoña) y era un militar que había combatido contra los británicos en la Guerra de Independencia Americana.
Corría 1791 y las relaciones con los EE.UU. eran cordiales, pero tensas. Los españoles habían asistido crucialmente a la independencia de EE.UU. al asumir las campañas del sur, ganar batallas en Baton Rouge y Mobile, e impedir cualquier aprovisionamiento británico a través del Misisipi. España además, había hecho empréstitos a las fuerzas de Washington y les había suministrado pertrechos a crédito. Sin embargo, esta deuda externa fue declarada impagable, por ilegítima, por el Congreso de los EE.UU. en 1781’¿suena familiar?
Carondelet es recordado en Luisiana por su administración; calles principales llevan su nombre. Construyó el canal Carondelet, una magnífica obra de ingeniería que facilitó el creciente comercio fluvial del Misisipi (la salida al mar de lo que sería el centro de los EE.UU.) y además drenaba las aguas que frecuentemente inundaban N. Orleans.
Carondelet erigió el Cabildo de N. Orleans y, después de un incendio que la destruyó, impuso un Código de Construcción que alivió los flagelos para siempre, dictando que toda nueva obra debía reemplazarse la madera por ladrillos, cerámica y techos de pizarra. El canal y las construcciones sólidas aseguraron la supervivencia de N. Orleans, frente a huracanes que como Katrina, azotaban periódicamente la ciudad.
En su siguiente destino, Quito, entonces “la provincia más poblada e industriosa de la América Meridional”, según el sabio Caldas, realizó vías que unieron Quito con Guayaquil (luego se llamó “Vía Flores”) y Esmeraldas (siguiendo la suave bajante del río Mira), y reconstruyó Riobamba luego del terremoto de 1797. Carondelet murió en Quito de enfermedad contraída al inspeccionar obras viales en los trópicos.