Escribo sobre Carlos Pastor, joven apresado por el delito de salir en defensa de su profesor cuando la Policía lo llevaba detenido a punta de patadas y toletazos. Escribo también sobre Rafael Herrera, que en un acto de nobleza infinita saltó a abrazar a su exalumno a quien la policía lo llevaba detenido a punta de patadas y toletazos.
Carlos, con su juventud, con su corazón sembrado de ideales y una mente brillante que despierta, quedará marcado, quizá para siempre, por el castigo que recibió su acto de nobleza.
Rafael, con sus años, versos y luchas, sentirá por siempre, tal vez, la impotencia de ver cómo el país que creó con su trabajo de décadas hoy es cargado en peso por la prepotencia y la corrupción.
Algo misterioso me puso en el mismo momento en las vidas de mi alumno y de mi maestro. Era el viernes 3, día en que asesinaron la Constitución, cerca de las seis de la tarde.
Pido disculpas al lector por el tono personal de este artículo, lo que me obliga a una aclaración. Soy profesor de una universidad crítica al poder, sin miedo de ejercer su papel de universidad pública, con chicos como Carlos con la mente rebelde y curiosa, ávida de descubrir el mundo más allá de acomodos y conveniencias. Y recibí la vocación de profesor y la inclinación a leer poesía de maestros como Rafael, que nos hicieron amar los versos que leía.
Por eso me atrevo a decir que Carlos y Rafael son ese Ecuador que somos, que vive por sus sueños; ese Ecuador que está dispuesto a jugarse contra la represión y la mentira; ese que arriesga todo por lo que valora.
Son ellos ese Ecuador que encuentra corazón para lo noble, que tiene el alma repleta de entrega; ese Ecuador al que jamás compraron con carreteras; que no cambia su libertad y su democracia por nada.
Carlos y Rafael son ese Ecuador de los abrazos, de las ideas, de la solidaridad; ese Ecuador que está muy cerca: el de la reconciliación, los derechos, la voz en alto, el del respeto a todos. Algo misterioso me puso en el mismo momento en sus vidas. Y todo mientras la caballería atropellaba a todo ser humano que salía a su paso y la Policía de pie cazaba, literalmente, a ciudadanos dignos de Quito.
La historia del otro lado es conocida. A pocas cuadras, el oficialismo bailaba en pantallas gigantes, teniendo a la Policía como custodio de su impudicia.
La impudicia de violar la Constitución que juraron cumplir; de obedecer órdenes que les caen como baldazos; de armar semejante cortina de humo mientras la economía se cae en pedazos, su jefe se pasea por Francia y miles de ecuatorianos pierden sus empleos o trabajan sin que les paguen; la impudicia de aprobar sus enmiendas plagadas de ilegitimidad con 99 votos vergonzantes, miles de bombas lacrimógenas, centenares de policías en cacería, decenas de caballos entrenados para atropellar a inocentes y no sé cuántos infiltrados para generar las tomas de “violencia y desmanes” de la próxima sabatina.
Las enmiendas se aprobaron de espaldas a ese Ecuador de millones de seres como Carlos y Rafael que los esperará, sobrio y bello, para tomarles cuentas. ¡Libertad a los detenidos!
@cmontufarm