Es natural que quien gobierna una sociedad frente al escozor de la caricatura reaccione con disgusto. Si es un demócrata buscará refugio en la tolerancia y la paciencia; pero, si es de los otros, demandará reparo en la justicia, en la Policía o en el terror pues considera inadmisible que a la majestad del poder se la lesione con el humor y sus más agudas tenazas como son la sátira y la ironía.
La caricatura es una opinión como los otros artículos que la acompañan en las páginas editoriales, pero también es mucho más o diferente. ¿Es la caricatura una fotografía o un dibujo? No, pues su naturaleza formal son los rasgos libremente dispuestos por la creatividad de su autor y destinada a comunicar o señalar perfiles de personas o situaciones que algunas veces pasan desapercibidos o simplemente son maquilladas por los artilugios del poder. ¿No es acaso una opinión editorial dibujada? No, pues en los artículos es muy difícil explayarse con el desenfado y las hirientes percepciones del poder desde abajo como lo hacen los que se atreven a pincelarlas. ¿Es entonces una historieta cómica o un instrumento de diversión?; definitivamente no. Si no es todo eso, ¿qué es entonces la caricatura? La caricatura es un producto periodístico fundamentado, más que en ningún otro en la libertad de expresión. Utiliza el humor, la picardía y la ironía respondiendo a la percepción y oportunidad de su autor. En principio su objetivo no lo es, aunque puede darse como efecto colateral, la mofa y una exagerada distorsión de los personajes. Por eso, su roce con el poder y mucho más con los áulicos del mismo -que son los peores del entorno- es constante y friccionado hasta la riña.
Si bien el tema se remota a las ciudades italianas del Renacimiento donde artistas y discípulos ensayaban dibujos satíricos de personajes y de visitantes, su ámbito siempre produce polémica. Hay temas extremadamente delicados y sociedades como las islámicas donde una caricatura sobre el Profeta puede causar que su autor y editores sufran la pena capital. Pero también hay ejemplos en nuestros días que abonan a lo que es: una libre expresión. Barack Obama con motivo de su reelección fue objeto de numerosas caricaturas y su repuesta siempre se amparó en ese gran manto que cobija la democracia de EE.UU.: la Primera Enmienda a la Constitución.
Sin embargo, existen otras realidades donde aún persiste la ideología y la reverencia propia del virreinato colonial. Si en alguna de ellas sobreviven Bonil y sus complotados colegas, el poder por lógica debiera aprovechar la reforma penal en curso y tipificar un castigo a los insolentes. Sería justo que se los pene con la obligación de publicar cinco caricaturas aburridas o zonzas cuando osen insertar una creativa. Temas para tal propósito existen al canto: las caras al final en una sabatina; el proceso de fiscalización en el Parlamento o cualquiera de las ruedas de prensa del Fiscal General.