Una cárcel de alta seguridad construida en Guayaquil, por la Municipalidad de esa importante urbe, fue entregada al Estado, en la persona del Gobierno Nacional. El traslado de unos cuantos sentenciados a ese establecimiento ha provocado discusiones, protestas e inconformidad.
En esta cárcel seguramente no habrá las comodidades que tienen los presos en las cárceles comunes en las que, sin que sea novedad, algunos tienen su celda con alfombra, cama cómoda, televisor y utilizan teléfono celular y servicios de internet, con lo que -en algunos casos- dirigen desde el interior las actividades de otros que se encuentran libres.
Para quien ha tenido la mala fortuna de cumplir privación de la libertad personal, por razones políticas, y, por ello, conoce la realidad interna y el efecto emocional en el preso, parecería que no es tan importante que tengan algunos servicios (aunque no internet y teléfono celular) porque lo realmente duro de la prisión es hallarse privado de la libertad.
En la lejana antiguedad se concebía la pena como castigo y aflicción; también como retribución por un delito cometido. En tiempos modernos se proclamó que la finalidad de la pena es la reforma psicológica y moral de los individuos; y más actualmente, su finalidad es la rehabilitación para que vuelva a la sociedad libre de sus taras. No debe pasar de moda, lo que en nuestro viejo Código Penal consta, en el art. 1: “Leyes penales son todas las que contienen algún precepto sancionado con la amenaza de una pena”. En la realidad de la vida muchos refrenamos nuestros instintos sobre todo de agresión, al recordar que el acto que pretendemos cometer podría llevarnos a la cárcel.
Receta elemental para la rehabilitación o reeducación o como quiera llamarse, es ante todo el trabajo, acompañado de educación; y, con alto valor, del estímulo religioso.
Infortunadamente, nuestras cárceles no son sino una bodega humana, donde el preso no tiene en qué trabajar. Y esta dura realidad no ha cambiado desde siempre. Para recuerdo, acudimos a un informe del Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Camilo Gallegos Toledo al Congreso Nacional de 1949. “Respecto a los locales en que se hallan establecidas las cárceles, es notorio que la censurable negligencia que ha habido para mejorarlas las han convertido en lugares inmundos y desprovistos de las más elementales condiciones de higiene; sórdidos y repugnantes sitios donde se hermanan las miserias físicas y las miserias morales ‘ representadas por el hacinamiento heterogéneo de seres humanos acosados por todas las necesidades, hostilizados por un tratamiento riguroso y cruel que, albergando sentimientos de rencor y de odio, sueñan con su liberación para ejercer represalias contra la sociedad que les ha infligido tan tremendos males”.
¿Cambiará algún día esta realidad?