Me fui a Caracas, a un congreso sobre populismo económico. Hubo mucho que decir sobre el Ecuador y muchísimo que oír sobre Venezuela. En todo caso, un lindo país, a pesar de las complejidades que implica tener dólares y no poder usarlos.
Fascinante experiencia. En el mismo aeropuerto de Caracas ya me saludan innumerables fotos del presidente Chávez y los carteles anunciando que “Venezuela ya es de todos”. Luego, viaje al hotel para llegar tipo 3 de la tarde, chequeo, subir a la habitación, revisar el correo electrónico. Casi las 4 de la tarde. Bajo a recepción y, casi famélico, pregunto dónde se puede almorzar. “Bueno caballero, junto al hotel hay un centro comercial con un amplio patio de comidas”. Excelente noticia, sobre todo para mi estómago. “¿Me podrá usted cambiar unos 20 dólares en bolívares?”, pregunto con la inocencia de quien viene de un país donde no hay trabas para cambiar divisas. “Nooo” me contesta la recepcionista, casi asustada. “Pero puede ir a la casa de cambios en el centro comercial”.
Llego a la casa de cambio y ya habían cerrado. Mala noticia. Me muero de hambre. Más de las 4 de la tarde y yo ni he desayunado. Llego al patio de comidas y voy a un sitio donde venden unos sándwiches enormes, casi del tamaño de mi hambre. Pregunto si me aceptan tarjeta de crédito. “Sí, claro, pero a veces hay problemas con tarjetas del extranjero”. Ordeno un inmenso sándwich.
“No le acepta su tarjeta caballero”. Qué hambre. Mi estómago está al borde de un ataque. “¿Me podrá usted cambiar unos 20 dólares en bolívares?” pregunto, para recibir el asustado “Nooo”. Al borde del desmayo, me regreso a la señora que estaba detrás mío en la cola y vuelvo a preguntarle si me cambia dinero. Aterrada, se niega.
A la señorita de los sándwiches le digo, con lo último de mi aliento, “¿qué hago, no me aceptan mi tarjeta, no puedo pagar en dólares y me desmayo de hambre?”. Gentil sonrisa de la señorita, pero nada de soluciones. “Yo le invito” dice la amable señora de la cola. Un ángel caído del cielo. “Gracias señora, pero yo le quiero reconocer los 10 dólares que implica esto”. “Nooo, tranquilo caballero”. Y a pesar de mis súplicas, no acepta ni un centavo.
Al día siguiente, averiguo bien la cosa y cualquier persona que acepte dólares en Venezuela puede irse hasta 5 años a la cárcel. Ahora entiendo los “Nooos” que recibía.
Dos días después, a mi regreso a Quito, el taxista me dice “tres dólares” y se queda confundido cuando le digo “qué lindo pagar en dólares”. Para confundirlo más añado “es que vengo de un país donde no dejan pagar en dólares”. El hombre me cree loco. “Es que aquí en el Ecuador el artículo 1 de la Ley de Régimen Monetario garantiza la libre circulación de divisas y ya están cambiando el artículo 2 de esa ley”. Pobre taxista.