Tanto va el cántaro el agua, que al fin se rompe, dice el refrán. Y, como todo refrán, es certera síntesis de filosofía popular. Podría ser enjundioso mensaje de twitter, mejor que muchos que circulan como producto del disparate y la mediocridad.
Pero, en cuanto al refrán, la verdad es que de tanto repetirse los discursos, la ideología (¿?) se ha transformado en lugar común, en frase hueca que acomoda todo lo imaginable. Pregunto yo, ¿quién cree de verdad en los discursos?, ¿quién se toma la molestia de examinar la retórica de cada día?, ¿quién encuentra certezas en lo que se dice?, ¿quién, después una semana, recuerda algo de lo que se promete?, ¿hay una frase que se salve, algún hallazgo que marque la diferencia? Nada. Es que el cántaro se rompió hace tiempo, incluso la ilusión de los ingenuos murió. Y lo que queda es la inundación de palabras y el torbellino de hechos. Lo queda de las sesiones parlamentarias es la evidencia de que no ha variado nada, lo que es aún más grave, si de por medio estuvo la reiterada oferta del cambio.
Tanto va el cántaro al agua. Sí, muchas veces hemos acudido a las urnas para constatar que el voto es un rito vacío, que es la excusa del poder, el pretexto de la dominación. Tantos domingos que hemos acudido, cédula en mano, para marcar la papeleta y volver con la dura sospecha de que semejante acontecimiento significa lo mismo que en los viejos tiempos. O que significa la plena realización de la propaganda y la satisfacción de los triunfadores. Que es otro hecho de la política, pero un desencanto más del civismo.
Tanto va el cántaro al agua que, cada vez que aprieta un poco más el descalabro de las instituciones, se anuncia la correspondiente reorganización. Y viene, con bombos y planillos, el “nuevo tiempo”, circulan otros personajes, los entrevistan y sale la varita mágica, y luego, el cántaro roto… Y los escándalos y los procesos que se acumulan, los jueces que entran y salen, los litigantes que desesperan, los abogados que persisten en producir papeles inútiles. Y nada. La Justicia enredada en infinitos argumentos, la desesperanza que crece, los precios que suben, la inseguridad que prospera, y los ciudadanos abrumados por discursos y propaganda, agobiados por la falta de horizonte.
Las palabras disfrazan las evidencias mientras el desencanto gana el ánimo de aquello que llaman pueblo. La democracia ya no se parece a nada, el Derecho tampoco. Las vestiduras se rasgan, truenan las amenazas, se agitan las promesas, mientras crecen como hongos los escándalos, y la corrupción se transforma en cuestión que ya no asombra. Y los fiscales, los jueces y policías llegan, como en las películas…con sirenas y con toda la parafernalia cinematográfica, pero al final del cuento, cuando los que sabíamos, se han puesto a buen recaudo.
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