Manuela Sáenz fue por largo tiempo la ‘insepulta de Paita’, una marimacha metida en cosas de hombres, la mujer a quien se perdonaba haber sido amante de Bolívar, hasta quizá la ‘Libertadora del Libertador’’ Pero siempre a la sombra del ‘gran hombre’, sin vida propia, víctima del machismo imperante.
Hace dos décadas se comenzó a ver a Manuela como una gran figura de la Independencia por sí misma, una verdadera heroína que no necesitaba brillar con la luz de un general. Al principio fue complicado, lo digo porque fui parte de esa pelea, pero ahora ya nadie discute la dimensión e importancia de nuestra heroína.
Pero todavía nos falta conocer mejor al personaje. Han circulado muy poco sus biografías, sobre todo esa verdaderamente buena de Alfonso Rumazo González; no muchos se han enterado de su contribución a nuestra independencia y la del Perú; todavía se ignoran las dimensiones conflictivas de su personalidad volcánica, sus pasiones, sus logros, sus odios, sus sacrificios y limitaciones.
Por ello está bien que se haya emprendido una campaña de reivindicación de Manuela Sáenz. Pero es una lástima que algunas iniciativas hayan alimentado un culto cuasi religioso a la personalidad, que raya en el ri-dículo. ¿Qué fue eso de ascenderla a generala? Ella lució con honor y orgullo el grado de coronela que le dieron en tiempos independentistas. Darle un grado más no le hace más importante. Pone en mal a sus impulsores, que en el futuro querrán nombrarla mariscala, ascender a sargento al cabo Minacho, a capitán al teniente Ortiz y a contralmirante, o mejor de una vez a almirante, a Morán Valverde. Y que no se olviden del grado de generalisísima para la Virgen de La Merced.
Manuela murió en el exilio y sus restos se perdieron en Paita. ¿Qué es eso de coger un poco de tierra de esa ciudad, ponerlo en una caja y declarar que son sus “restos simbólicos”? ¿Cómo así se realiza una ceremonia parecida a una procesión de pueblo para pasear esos ‘restos’ y volverlos reliquia venerable? Así llegaremos a pasear del Carchi al Macará un macetero con tierra de Caranqui, diciendo que son las cenizas de Atahualpa. O mandaremos una comisión a que traiga un puñado de tierra del Cusco y deposite en el Altar de la Patria los restos de Mama Ocllo.
Actos como estos no son patrióticos. Son parte de una visión atrasada del pasado, que la gente progresista debe rechazar. El culto a los héroes, a las personalidades es siempre inconveniente, siempre reaccionario. Los grupos religiosos más oscurantistas han manipulado ‘restos’ y ‘reliquias’ para engañar a la gente. Estas canonizaciones perversas no son para verdaderos héroes y heroínas. Para ellos debe ser el homenaje sobrio de quienes valoran su aporte histórico y rescatan sobre todo su real condición humana.