Además de económica y moral nuestra crisis es de dispersión. Tal atomización es resultado, entre varios factores, de una perversa política del poder: “dividir y gobernar”, así como de procesos de fractura nacidos en la misma sociedad. Uno de ellos, protagonizado por fundamentalistas sectarios, que desvirtúan las justas batallas de ciertas minorías, exaltando y nutriéndose del individualismo extremo, expresión radical contemporánea.
Enfrentar la dispersión significa retejer la sociedad, propiciando unidad y comunidad por intermedio de proyectos inspirados en la ética y la estética. A través de esta última, por ejemplo, podríamos auto convocarnos, muchos y diversos, a fomentar la belleza de los espacios de convivencia. ¿Quién no se sensibiliza con las flores y los árboles en su casa o en su barrio?
A propósito de la próxima campaña electoral para los Gobiernos Autónomos Descentralizados, pensando en Quito, una de las propuestas de los candidatos podría ser aunar esfuerzos para tener una ciudad limpia y bonita, con muchas flores y árboles.
En una urbe larga y angosta como la capital, donde lo verde y el color se pierden ante el cemento, la idea de tener una ciudad más bonita, con árboles coloridos, es seductora y refrescante, ya que dota de aire y brisa a una realidad tan agobiada de una política llena de escándalos de comisaría.
Por esto, iniciativas ciudadanas, como la de sembrar miles de arupos en Quito, genera tanto entusiasmo en las redes sociales. Es que pensar en sembrar masivamente esos bellos árboles, además de crear un ambiente psico-social positivo y de esperanza, nos dota de sentido colectivo y estratégico. Si esta iniciativa se iniciaría hoy, es posible imaginar a Quito en el 2025, en julio, agosto y septiembre, adornada con arboledas rosadas en sus avenidas, parques y jardines. ¡Paisaje glorioso! Pero también más limpio: más árboles, más oxígeno, menos contaminación.
Tal entorno, podrá ser construido solo a través de una gran voluntad y alianza del sector público-municipio, con la sociedad, los vecinos. El sistema educativo debería sumarse. En las escuelas se impulsarían proyectos de embellecimiento de sus establecimientos y de los barrios donde se asientan, al tiempo de investigar y aprender la relación armónica de los seres humanos con la naturaleza. Se formarían ciudadanos responsables con el país y el planeta (nueva educación cívica). La idea de tener una ciudad bella, pasa por no tener mendicidad, lo que nos hace pensar en empleo. La belleza, la educación y la empleabilidad nos remiten al desarrollo integral y sostenible. Y así, se añaden otros temas que construyen un proyecto de ciudad. La bandera del poder ha sido “divide y vencerás”. La nuestra: sumar, unir, construir acuerdos y objetivos comunes.