Lo toman o lo dejan, pero no pueden pedirle a Pablo Campana que deje de representar a los empresarios pues para eso está allí y lo está haciendo bien. Tampoco tiene sentido criticar a la canciller Espinosa por actuar como lo que es (desde hace 11 años al menos): una socialista del siglo XXI, bolivariana de ocasión y aventajada discípula en política internacional del Macho Alfa, aunque hoy vuele libre en nuestro avión, con agenda propia, y se dé el lujo de acusar de corrupción al Gobierno de su admirado ex jefe. A toro pasado, claro, y de labios para afuera. Él sabrá comprender.
Hemingway decía que los millonarios no son como usted y yo, son distintos, ven el mundo de otra manera. Lo mismo se aplica a los revolucionarios del siglo XXI: no son como nosotros, son gente superior, se rigen por otras normas morales, miran desde una atalaya privilegiada el devenir de la Historia; el vil metal del día a día, que angustia a la inmensa mayoría, para ellos tiene otro significado, se mide de otra manera.
Por ejemplo, los USD 700 000 dilapidados en 3 horas de sabatina en NY, suma con la que 10 familias indigentes podía vivir 10 años, para el caudillo y los suyos (incluida la Espinosa de entonces) eran pamplinas, unos centavos invertidos en el magno proyecto revolucionario que todo lo justifica, ayer y hoy. Calculen ustedes cuántos miles de pobres podían vivir la vida entera con los 43 millones del edificio de Unasur , sin incluir al ladrón de bronce de la entrada.
Perdón: no ladrón sino querido compañero de ruta, tanto como su viuda, la millonaria Cristina Kirchner.
Parte de esta sicología de nuevos ricos se explica porque Espinosa y Correa se convirtieron en revolucionarios ya en el poder, donde dispusieron de un torrente inimaginable de dólares para aceitar el proyecto. Sí, hay que ser mezquino, miope o muy envidioso, o las tres cosas juntas, para criticarles por puchuelas como el uso de nuestro jet para festejar títulos Honoris Causa, visitar 5 veces al Papa con Fander como invitado, o amarrar la presidencia de la ONU.
El caso del sandinista Daniel Ortega, al que la canciller honra como pionero, es algo distinto pues él sufrió primero años de hambre, guerrilla y cárcel antes de irse corrompiendo con el poder y abusar de su hijastra de 15 años, a quien manipulaba con el cuento de que su cuerpo era el aporte… ¿a qué? Adivinaron: a la causa revolucionaria. Protegidos por esa armadura ideológica, a tipos como él, Maduro o Putin les resbalan las críticas moralistas de los ‘lacayos del imperialismo’.
Entonces, ¿qué le puede importar a Espinosa la indignación que bulle en las redes y la prensa de este país insignificante, al decir de su compatriota Assange, si ella juega en las grandes ligas y, con la bendición de Putin y su gallada, está a punto de representar en la ONU a la izquierda planetaria? Se diría que esa es la única manera en la que el pobre Ecuador puede zafarse de su canciller correísta.