No sé si el gobierno de Rafael Correa está muy consciente de cuáles son los costos reales para el país de lo que se está haciendo y no se está haciendo en materia internacional. Tal vez no está consciente, porque el contacto del Presidente con las relaciones internacionales es en las cumbres donde todos sonríen y se dan la mano o en las citas palaciegas, donde además está siempre rodeado de que le dicen el usual “nunca antes en la historia del Ecuador un Gobierno ha hecho algo como esto’”.
En parte, el problema es que la mayor parte del tiempo no hay Canciller, pues siempre está demasiado ocupado con la política interna como para entender la política exterior y, peor aún, ocuparse de ella. Lo visto esta semana es apenas la gota que derramó el vaso.
Ahora sí es la primera vez en la historia que marcamos un hito en el desconocimiento de cómo funcionan los organismos multilaterales, específicamente la OEA. Nunca se dio cuenta de que al desmentir públicamente a un embajador con una limpia trayectoria y reconocidamente de izquierda como Francisco Proaño, terminó golpeando la propia credibilidad del Gobierno y de sí mismo, porque el asunto quedó claro para todos: quien había instruido romper el reglamento fue la Cancillería, específicamente el Subsecretario de Relaciones Multilaterales y quien había llamado al Secretario General para pedirle que “sea más político” y deje de lado los reglamentos también había sido el canciller Patiño. ¿Hay alguien que realmente crea que nadie se entera de este tipo de cosas? Insulza, por lo menos, andaba contándolo por Washington.
El choque de trenes entre Venezuela y Colombia era inevitable. Álvaro Uribe hizo esto más que como una estruendosa despedida contra Chávez, como un mensaje potente contra Juan Manuel Santos que –según el mandatario colombiano- quiso hacerse el pacifista en estas semanas. Y este fue un recordatorio de que no estará lejos.
A Venezuela le convenía, en parte porque sabía que esta sería la última catarsis mediática antes de la posesión de Santos y podría tener la suya propia en el caso de una reconciliación futura. En todo esto, el Ecuador no tenía vela en el entierro, pero sí se le había convocado como capellán, para ver si es capaz de jugar objetivamente en el escenario multilateral y aceptar el reto, tanto en la OEA como en Unasur.
Las declaraciones del canciller Patiño, su desconocimiento expresado hasta en sus comunicados oficiales, solo anula al Ecuador como capellán y de paso hace más difícil el entendimiento con Colombia en el que todos estamos expectantes. Tres, definitivamente, son multitud. Por esta misma premisa, el presidente Chávez dejó solo a su homólogo Correa en el Grupo de Río durante el caso Angostura. Después de este incidente, ojalá el canciller Patiño se ocupe un poco de las Relaciones Internacionales. Este es un trabajo de tiempo completo.