Vencer el cáncer ya no es excepcional. Los medicamentos ya no son tan destructivos como hasta recientemente en que uno quedaba casi sólo para ver pasar la vida. Son también más eficaces con el órgano afectado. No siempre es sinónimo de muerte. Pero ese conocimiento no garantiza saber enfrentarlo, es otra cosa vivirlo. Para empezar, uno debe convencerse de que tiene la horrible enfermedad, no que el análisis y el diagnóstico son errados, un modo común de torear la desgracia. Los que ya la vivieron recomiendan primero asumir la enfermedad; aprender de serenidad, amor a la vida y a sí mismo.
Para los próximos ya debo a ceptar la ayuda de los demás, dejarme regalar por los otros con su presencia, consejo y afecto. Nada fácil para los que hemos hecho de la autonomía modo de vida y militancia. A los “confía en Dios” uno debe traducirles en cariño, aliento, empuje de vida; dejarse mimar por misteriosas energías de la presencia del otro. El cortejar la muerte es una invitación a vivir la vida desde lo más primario y afectivo.
Los orientales dicen que, en lugar de vivir una vida en torbellino, uno debe reencontrarse con uno mismo (¿qué es eso?) con meditación, y saber al fin lo que uno es, más allá de los adentros de la psiquis. Priorizar la vida desde adentro (¿qué?).
Los médicos piensan en bisturí o en nuevos tratamientos. Es su responsabilidad y son indispensables. Pero el médico alópata sigue fallando por su pasión en una sola lógica de curación. Uno de ellos le insistía a una enferma que, luego de la arriesgada dosis de quimioterapia, coma lo que quiera. Pero nuestra salud depende primero de lo que comemos, aún más en el enfermo. Era una burda manera de reconfortarla. Sin embargo, si junto a él estuviera un psicólogo no sólo para convencer al paciente de su situación, sino para aportar directamente a la sanación, del mismo modo que un médico alternativo con biomedicina, acupuntura, biomagnetismo, homeopatía, etc., el tratamiento sería mejor y complementario. La actitud de la persona hace gran parte de la sanación.
La ausencia de diálogo de saberes empobrece la medicina y perjudica al enfermo. Esas medicinas alternativas curan, no todo, y ayudan a sanar, y sin lograr siempre la sistematización científica, definen diagnósticos y curaciones acertadas, empíricas o no.
No solo la medicina alternativa debería moldearse a la alopática, para completar o corregir sus tratamientos, también debería ser al revés.
A la sociedad le conviene un diálogo de saberes para captar las ventajas de cada práctica y complementarse. Sería un honor a la vida, más allá de egos y bolsillos. No sólo somos materia, energías o psiquis, sino algo más que forma parte de nuestro ser (nada religioso desde luego). La medicina alopática resulta limitada y requiere de las otras; así como el abrazo del vecino nos hace sentir que valemos; lo que es más que una quimioterapia y media.