La futura aprobación del nuevo Código Orgánico de la Salud ha despertado el debate sobre la legalización del cannabis para fines medicinales. Entre los más conservadores cunde el pánico (y también la ignorancia) sobre las consecuencias de una reforma esencial para el tratamiento de enfermedades y alivio anestésico de miles de personas.
Lo primero que deben saber los temerosos ciudadanos que elevan desde ya plegarias al cielo, es que el consumo de marihuana en el país existe desde hace varias décadas y no depende de que se apruebe o no su uso para fines terapéuticos, pero la vida de muchas personas sí depende de que el nuevo código incorpore la producción y uso del cannabis en sus tratamientos. Lo segundo que deben conocer quienes se oponen a esta reforma es que hay una diferencia gigantesca entre los dos compuestos que tiene el cannabis, el THC, que es el compuesto orgánico que produce los efectos psicotrópicos ligados a la marihuana, y el cannabidiol o CDB que es un potente antiinflamatorio, anestésico y antioxidante que no produce tales efectos.
Existen muchas variedades de cannabis que tienen mínimos porcentajes de THC y enormes cantidades de CDB. El cáñamo, por ejemplo, es una planta de la especie cannabis sativa con índices de THC inferiores a 0.3 por ciento (Farm Act 2018, Estados Unidos), o incluso puede llegar a tener el 1 por ciento y no provocar consecuencia alguna según se estableció recientemente en la legislación colombiana.
El cáñamo industrial y medicinal generará a nivel mundial, en los próximos cinco años, cifras globales de entre USD 26 y 30 billones. Su cultivo ya se ha convertido en la actualidad en uno de los mayores ingresos para sectores agropecuarios de países como Colombia, Canadá o EE.UU. (en donde al menos quince estados permiten la producción comercial de cáñamo). Con esta industria se han generado miles de plazas de trabajo, importantes fuentes de ingresos fiscales y el arribo de recursos frescos por vía de la inversión extranjera. Solo Colombia ha recibido desde enero de 2018 inversiones cercanas a los USD 360 millones.
Como sucedió en el pasado en sectores como las flores, café o cacao, la floreciente industria del cannabis ha puesto sus ojos en el Ecuador por su especial situación geográfica y las condiciones climáticas y de luminosidad que convierten a nuestro país en el lugar más apetecido para la producción, experimentación y propagación de nuevas variedades de cannabis con fines terapéuticos.
Pero las variedades bajas en THC y ricas en CBD, como el cáñamo, no solo tienen importantes aplicaciones médicas, cosméticas y terapéuticas, sino que además son consideradas un “súper alimento” a la altura de la quinua, además de sus miles de aplicaciones en industrias de textiles, papel, construcción, etc. Esperemos que la asamblea expida pronto el nuevo código y que allí se incorpore y regule la producción y uso medicinal del cannabis.