La idea de abrir una vía de agua entre el Mediterráneo y el mar Rojo surgió en los remotos tiempos de los faraones egipcios. Y el primer intento de construirla fue en el siglo XIII a. C. bajo el reinado de Ramsés II. Durante el dominio romano el emperador Marco Ulpio Trajano (53-117 d. C.) impulsó el proyecto. Napoleón, durante su expedición a Egipto, concibió la idea de abrir allí un canal moderno que facilitara el comercio francés pero la tecnología de su tiempo no pudo vencer la diferencia de nivel entre el mar Rojo y el Mediterráneo. Finalmente el ingeniero francés Fernando de Lesseps —al frente de un consorcio de capitales franceses y egipcios— concluyó su construcción en 1869 y su empresa asumió la administración del canal por 99 años, después de los cuales se convertiría en propiedad egipcia.
El canal —195 kilómetros de longitud y entre 60 y 170 metros de ancho— ha sido uno de los puntos geopolíticos más conflictivos del planeta. Su vida fue larga y azarosa. Vivió mil vicisitudes. Y graves confrontaciones políticas y bélicas se produjeron en su torno.
Francia e Inglaterra lo consideraron un instrumento de dominación geopolítica y comercial sobre el Mediterráneo oriental, el golfo Pérsico y Asia. En 1875 Egipto vendió al gobierno británico sus acciones en la empresa propietaria del canal, con lo cual los ingleses controlaron su operación, que comprendía cerca del 14% del comercio mundial, el 26% de la exportación de petróleo y el 41% de la carga procedente de puertos árabes.
En 1888 se abrió el canal al paso de barcos de todos los países. Por el tratado anglo-egipcio de 1936 Inglaterra asumió el derecho de mantener sus tropas en la zona del canal con fines de defensa. Sin embargo, a raíz de la creación del Estado de Israel en 1948 el gobierno egipcio prohibió el tráfico de los navíos israelíes, pero el Consejo de Seguridad le conminó a poner fin a las restricciones.
En el siglo XX el canal cobró para Occidente una extraordinaria importancia estratégica y económica en función del petróleo del golfo Pérsico.
En 1956 se produjo una gravísima confrontación que puso en peligro la paz del mundo: fue la llamada “crisis de Suez”, desencadenada por el anuncio del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser de nacionalizar el canal y expulsar a las tropas británicas. Entonces las fuerzas anglo-francesas invadieron la zona del canal y las israelíes avanzaron triunfalmente por el Sinaí para garantizar la libre navegación, que era vital para sus intereses. Los egipcios no pudieron resistir militarmente. EE.UU., para alejar del conflicto a los soviéticos, amenazaron a sus aliados europeos con un boicot si no cesaban las hostilidades. Y las NN.UU. lograron el retiro de las tropas invasoras.
Finalmente, el tratado de paz entre Egipto e Israel en 1979 reconoció el derecho israelí a usar el canal sin restricciones.