No sé ustedes, pero yo veo una campaña apagada y deslucida que no le mueve la emoción ni la bilis a nadie. Parece que los tiempos cambiaron y los entusiasmos de ayer, se ajaron. Las banderas lucen lánguidas y los rostros de quienes las flamean están más mustios que nunca. Se trasluce que quienes se paran en las esquinas no son militantes, sino que lo hacen como la ocupación del día. Llegó la hora del cansancio con el sistema plebiscitario que nos domina y ahora la elección, más que nunca, es un rito obligatorio, para no estar inhabilitados en cuanto trámite debamos hacer entre ahora, y la siguiente elección (¿las seccionales de 2014 o una consulta? ¡Apuesten!).
Se siente apatía general, quizás porque se sabe de antemano que no habrá sorpresas y tampoco se las ansía. Se siente lejana la vibrante elección de 2006, en donde un Rafael Correa ávido de debate se bifurcaba entre la promesa constituyente y la correa en mano que iba a arrasar con lo que se pusiera al frente (y en efecto lo hizo) y don Alvarito que arrodillado pedía el voto de tarima en tarima. Fue una campaña de emoción hasta el tuétano. Correa era en ese momento el producto de marketing mejor construido de la historia del país y a todos nos tocó nuestro lado emocional, para bien o mal.
Pero esos –los tiempos mágicos- expiraron, porque la gente que ayer tenía el alma en vilo por el cambio, hoy está cómoda, anestesiada y amoldada al padre duro que lo domina todo. En los recorridos del candidato presidencial ya no existen hordas de acompañantes y la espontánea adhesión masiva de hace 6 años, no existe más. La gente se ensimismó.
Si ese es el panorama del candidato poderoso, imaginen el escenario penoso de la oposición. Basta ver sus caminatas por TV, para constatar que su inexistente estructuración partidaria los mantiene semirraquíticos.
Es precisamente ese carente músculo electoral el que nos devolverá el 18 de febrero, un país monocromático y un pronóstico reservado respecto de la esperanza de vida de movimientos que se encuentran en oposición.
Previsiones conservadoras le dan al Gobierno una cómoda mayoría legislativa y otros le dan hasta 2/3 de los escaños en la Asamblea. Eso probará que la apuesta de los grupos políticos que privilegiaron el purismo a la unidad mínima al menos dentro de su tendencia ideológica, fue el peor cálculo político que pudieron hacer.
Desolador panorama para los movimientos de oposición, que alcanzarán a tener un puesto o dos –con suerte– y en otros, ninguna representación.
Mientras el Gobierno campañea a gusto y con temperatura intermedia, la oposición, en ebullición, se canibaliza a sí misma por ínfimos espacios. El resto solo esperamos que el sainete termine para volver a la santa paz.