Desde que en 2008 el Gobierno cubano pasara de modo efectivo de las manos y el impulso tribunicio de Fidel Castro al estilo escueto y pragmático de su hermano Raúl, la economía y la sociedad han acumulado cambios más o menos notables que para muchos han ido a un ritmo demasiado lento.
Para sus diseñadores, incluido el propio Presidente, esos cambios han ido llegando con la cautela necesaria para lograr los que se proclaman como sus principales objetivos: actualizar y hacer eficiente la economía cubana sin aplicar políticas de choque de estilo neoliberal o paquetes de medidas típicos de tiempos de crisis.
Los detractores del tempo impuesto a los cambios tienen como argumento fundamental el hecho de que se puede agotar el tiempo real, histórico, para remodelar una sociedad y economías estancadas y deterioradas por largos años de crisis.
La justificación de las autoridades, mientras tanto, es que no existe margen para las improvisaciones y errores, por lo cual solo deben implementarse las transformaciones en el momento y en la medida justos para que el sistema político no se resquebraje con una súbita alteración de las estructuras económicas.
Una de las especificidades de esta política de “actualizaciones” ha sido el secretismo que las ha acompañado.
En la más reciente intervención pública del Presidente en el Parlamento, afloró esta tendencia cuando anunció la esperada y necesaria modificación de la ley de inversión extranjera, sin deslizar una sola de las características del nuevo aparato legal que (se espera y se necesita) haga atractiva la isla para capitales foráneos indispensables para instrumentar la modernización de la deteriorada infraestructura de un país cuyos recursos propios son insuficientes.
Algo similar ha estado ocurriendo con el proceso de unificación monetaria (donde circulan dos tipos de pesos, uno, cotizado con referencia al dólar y otras divisas), del que apenas se sabe que afectará primero al sector mercantil y empresarial y luego a los ciudadanos, pero sin que se conozca cómo ni cuándo llegarán las devaluaciones y revaluaciones encaminadas a la convergencia de las dos monedas.
Más recientemente ha sucedido con el anuncio del cambio de política en la venta de automóviles, que se liberará después de más de medio siglo de restricciones y ausencias. Solo se sabe que se venderán autos a los que puedan comprarlos, con la información adicional de que se ofrecerán a precios hoy establecidos por el mercado entre particulares, o sea, al precio que podría tener una botella de agua en el punto más remoto del desierto del Sahara. Porque en un país en el cual por medio siglo el mercado automovilístico ha estado regido por prohibiciones, ventas dirigidas y muy limitadas, además de precios ya suficientemente altos, el automóvil se ha convertido en el objeto de compra y venta más cotizado -más aun que la vivienda-, encarecido por la escasez y dificultades para obtenerlo.
El guión de esta historia parece incluir el suspense. Por ahora solo nos queda imaginar cómo se desarrollará la trama, hasta que se revelen los secretos, tal como nos enseñaron los viejos maestros de las radionovelas del siglo pasado. Los cubanos estamos entrenados.