Cambio en el Gobierno

Si hubiera un país quebrado, que no puede pagar sus deudas, ni los salarios a sus burócratas, ni mantener los servicios de salud y además le vinieran desgracias naturales que rompan sus oleoductos y desgracias humanas que roben los escasos recursos y, finalmente, sufriera una pandemia que dejara muertos y paralizara la actividad económica; ese país podría tener una suerte muy diversa si es gobernado por un líder timorato o tiene al mando un estadista.

El timorato adoptaría decisiones tardías y vacilantes, pensando en su popularidad y gastaría los escasos recursos en propaganda; se rodearía de colaboradores insulsos y discursos indecisos para aplacar la crítica y la desesperanza. Cobraría más impuestos para hacer beneficencia, pero aplazaría las decisiones importantes. Mientras, quebrarían empresas y aumentaría el desempleo. Todos actuarían movidos por el temor, sin objetivo común, con el comando: sálvese quien pueda.

El estadista se pusiera al frente de la crisis, explicara con exactitud la gravedad de los problemas y propondría a todos trabajar en la solución. Mostraría que es mejor la mitad del salario para todos que solo la mitad con salario. Ofrecería ayuda a los más pobres, explicando a quiénes, en dónde y cómo se entrega esa ayuda. Evitaría que quiebren empresas y solo ayudaría a las que mantienen a sus empleados. Advertiría a los pescadores a río revuelto, a los golpistas, a los egoístas, a los indisciplinados, a los caciques baratos de las revueltas que les aplicará la ley y anunciaría incentivos para los que presten servicios especiales más allá del deber. La gente tuviera a quien creer, en quien confiar y a quien seguir en la cruzada.

Hay una tercera posibilidad: un líder débil, consciente de sus limitaciones, podría transformarse buscando ayuda en un Equipo de Asesores, un Comité de Sabios o un Consejo de Seguridad Pública, ofreciéndoles a ellos autoridad y mando para el manejo de la reconstrucción. Un líder que supere sus deficiencias con la ayuda de personas con conocimiento, experiencia y reconocimiento social, podría transformarse en un estadista. Los ciudadanos le siguieran y rechazara a los aventureros. Es el cambio que necesitamos.

Ningún estadista podrá levantar a un país quebrado si no logra persuadir a los ciudadanos que esta vez nos salvamos todos o nos hundimos todos. Que no caben los egoístas, los ladrones, los iluminados, los políticos calculadores. Solo las sociedades disciplinadas, solidarias, trabajadoras podrán superar la crisis. Las más afectadas serán las que tienen constituciones ridículas que garantizan derechos imposibles de cumplir y se convierten en camisas de fuerza que impiden los cambios que demanda la realidad. Son leyes diseñadas por políticos malvados que ofrecen repartir la riqueza, pero desaparecen llevándose el botín. No hace falta poner nombres, lugares ni fechas para decir las verdades.

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