Cambio educativo

Vivimos un momento de cambio en la educación. Tal situación es buena ya que rebela una voluntad de no seguir con lo mismo de siempre: mediocridad, crisis y pérdida para todos, para el país, pero especialmente para la niñez y la juventud.

El cambio no es un camino empedrado de pétalos de rosas. Hay también muchos espinos. Es un proceso complejo y conflictivo que genera apoyos y resistencias. Apoyos de quienes ven en él reflejadas sus propuestas, intereses y sueños. Resistencias de los que se sienten perjudicados por múltiples razones, de los que no lo entienden o de los que simplemente tienen otra mirada sobre la forma de realizarlo.

No todos los que resisten son “contrarrevolucionarios”, que sí los hay. Más allá de estos se encuentran los que no están informados o están desinformados. Otros, quizá los más interesantes por su conocimiento y compromiso, son los que conciben o entienden el cambio a través de otros conceptos y estrategias.

El cambio educativo no es un proceso tecnocrático, aunque requiere de buenos técnicos. Es eminentemente político con alto fundamento técnico y respaldo financiero. Debe estar sustentado en una propuesta que contenga principios, objetivos, estrategias, proyectos, planes y recursos, pero sobre todo en la confianza y respaldo de los involucrados y afectados por su realización. Tal apoyo no es un hecho espontáneo. Es resultado de la participación consciente, diferenciada y activa de todos ellos en la construcción y ejecución de la política. Este cambio concebido en tal dinámica democrática se mantendrá en el tiempo. Los involucrados lo defenderán de las inevitables olas de la novelería, voluntarismo y clientelismo que siempre irrumpen en nuestros gobiernos.

Muy difícil que un cambio se base en la unanimidad. El consenso también es un asunto complicado. Alguien siempre estará en desacuerdo. Eso es humano y democrático. Sin embargo el líder del cambio debe buscar permanentemente acuerdos macros o mínimos y visibilizar o transparentar los disensos. Debe multiplicar las instancias de diálogo, y con los acuerdos logrados, tomar la decisión de la ruta a seguir.

El diálogo y el acuerdo son lentos y agotadores, pero altamente redituables en respaldo. Se “gasta” tiempo en el inicio, pero se lo recupera con creces después. El clima de paz permite una gobernabilidad eficiente que facilita el trabajo de los técnicos.

La mayoría de reformas educativas en América Latina fracasaron por su orientación tecnocrática sesgada, por la falta de diálogo con los actores o por el impulso de rituales “participativos” que simplemente utilizaron la presencia de la gente para validar las acciones oficiales impulsadas por equipos divorciados de la realidad y de la institucionalidad del Estado. Apostamos por el cambio en democracia, con pluralidad y tolerancia.

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