Durante la Conferencia sobre Cambio Climático en París, algo ha quedado claro, además de las responsabilidades que deben asumir los países ricos y China para reducir sus emisiones, para la mayor parte del mundo: que los países pobres necesitan transferencia tecnológica gratuita para enfrentar el calentamiento global y deben recibir una compensación financiera de quienes más se han beneficiado de la contaminación del planeta. ¿Cómo se implementarán estas medidas? En diversas formas, especialmente con la creación del llamado Fondo Verde.
En 2020, se deberá contar con 100 000 millones de dólares en este Fondo Verde, destinado a ayudar a los países en desarrollo a mitigar y adaptarse al cambio climático. Aparte de las contribuciones de los países ricos, se espera incrementar el Fondo con otros ingresos, como el del impuesto por emisión de dióxido de carbono (CO2). En un escenario optimista se ven a las industrias que paguen tal tasa dedicadas a invertir en tecnología limpia para su cadena productiva. El escenario pesimista muestra a esas industrias aumentando los precios de sus productos y haciendo que el consumidor pague el impuesto por emisión de CO2.
No obstante, son los procedimientos financieros los que más daño hacen a los países empobrecidos: deudas externas que escandalizarían al peor usurero de otros tiempos; evasiones fiscales de las clases altas de los países pobres, con la complicidad de los países ricos o de los banqueros incrustados en los paraísos fiscales, el dinero de las drogas del otro fondo más verde (el de la serie norteamericana de TV Breaking Bad) o la plata obtenida de la venta de armas (el fondo rojo, por la sangre derramada).
Si las finanzas internacionales fueran transparentes, limpias, justas, los países pobres tendrían mejores oportunidades para sortear el cambio climático. Hace falta transparencia fiscal internacional. Veamos el caso de la evasión fiscal. Según la organización Tax Justice Network, los flujos financieros ilícitos que se dirigen a paraísos fiscales (muchos de ellos situados en los países ricos) fluctúan entre 1 y 1,6 trillones (millones de millones) de dólares por año. Este monto supera, entre 10 y 16 veces, al Fondo Verde previsto para el año 2020.
Esto de llamar “verde” al fondo y a todo lo relacionado con la ecología ya no impacta, se vuelve una expresión gastada. Claro que ese tipo de términos calza perfectamente con las frases trilladas que se escucharon en esta 21ª conferencia de las partes (COP): los ojos del mundo están viendo a París, tenemos una misión compartida, todos nos miran (hasta las generaciones futuras), la esperanza reposa en nuestros hombros, aquí se decide el futuro, tanta responsabilidad en tan pocas manos, el planeta está enfermo y debemos salvar al paciente, ¿diremos a nuestros nietos que fallamos?, etc., etc.
Basta, mejor sería tener un fondo transparente que uno verde como el dólar.