Cambiar para seguir igual

Una de las características de América Latina es que cuando más parecemos cambiar más parecemos igual. Esta conclusión casi trágica de nuestra vida se debate hoy entre fuerzas en confrontación divididas entre populistas versus institucionalistas. Los primeros cuestionan no solo la organización social, sino sus pilares contra los cuales arremeten con toda la fuerza posible haciendo que la sociedad perciba una actitud de confrontación continua. Donde no las hay se debería crearlas, pareciera ser la consigna de los seguidores de Laclau, un politólogo argentino recientemente fallecido en Inglaterra, quien entendía de esa manera el conflicto inacabado en un subcontinente que lleva años probando esta medicina para que, finalmente, Naciones Unidas nos diga hace poco en un informe que somos las región más violenta del planeta. Más de 100 000 asesinados por año nos demuestra los resultados de una guerra nada silenciosa ni cruel que ha llenado de sangre países que son percibidos como ejemplos exitosos del populismo como el caso de Venezuela.

Si la revolución del siglo XXI fuera posible evaluarla en relación directa a los criterios de preservación del valor central de la acción política que es la vida, el aplazamiento surge como una evidencia... sangrienta. No es suficiente buscar pretextos cuando algo falla. Lo verdaderamente adulto es encontrar las soluciones que permitan reducir estos números criminales que como resultado de un análisis laboratorial nos diría que tenemos un cuerpo social enfermo y violento. Con solo el 8% de la población mundial somos de lejos el subcontinente más sangriento del mundo, por delante de los africanos a quienes por siglos consideramos inferiores en sus estándares de vida. ¿Cómo explicar las bondades de la revolución cuando ella trae tan malas noticias como estas? No contentos con observar estos números los canales de televisión nos muestran en vivo y en directo todos los días escenas de crímenes y cuerpos mutilados como si la violencia fuera en sí misma un divertimento cotidiano o una lamentable manera de sentirse afortunadamente con vida viendo la muerte de los demás.

La crueldad y la violencia injustificables deben interpelar a los líderes políticos de forma severa. Han acabado con las instituciones "burguesas" y han hecho la revolución en las calles válidas solo cuando ellos organizan las marchas y violentamente reprimidas a fuego cuando se trata de los demás. En democracia no hay otra manera de actuar que perfeccionando las instituciones existentes y buscando que los ciudadanos las hagan suyas para mejorar sus condiciones de vida.

Un verdadero cambio se hace cuando las instituciones que cobijan a la democracia tienen el sentido de ser amparo y reparo de todos. De lo contrario solo seremos conocidos no solo por injustos, desiguales o totalitarios sino algo peor: por criminales.

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