Menos mal, nos queda la literatura. La palabra bien dicha. La imaginación. La posibilidad de pasar por los terrenos de la realidad, desde la novela y salir del estado de alepantamiento nacional.
Sí. Menos mal nos queda el placer de la lectura. De pasar las hojas entre los dedos y hacer, de las miserias, de las pompas del poder, de los discursos, de los dogmas y hasta de los narcoembarques, literatura. Camaleón albino, por ejemplo, la más reciente novela de Juan Manuel Rodríguez, nos devuelve, al menos un pedazo de la esperanza en el panorama literario ecuatoriano.
Narrativa actual, que pasa revista, con ironía, por aquellos avatares tan propios del país aunque tan aparentes para el mundo de la literatura. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, advierte el autor en las última página de la novela. Aunque de que se parece… se parece.
El Camaleón puede camuflarse entre la realidad, cambiar de color de acuerdo a las circunstancias. Metáfora para sacarse el clavo de la política, del panfleto, de la violencia, del mundillo cultural, tan proclive, también, a mimetizarse con el ambiente.
Novela de suspenso. Es decir, de aquellas que el lector no puede dejar hasta el final, en la que se encuentran un periodista (Guilmond) angustiado por la primicia (desprestigiado, por cierto) y un actor (Germán Vilca), también de desprestigiado oficio, en una aventura singular, llevarán de la mano al lector por un museo en llamas, una historia de amor, un funcionariado cultural en decadencia, una prensa alelada por los embates del poder y por las noticias del día a día y una banda de narcotraficantes de esas que ya aparecen en las primeras planas de los periódicos. Suspenso y acción, además de los conflictos existenciales y morales de los protagonistas. Y el Camaleón, fetiche del mundo contemporáneo, que está presente en intensas páginas de una prosa magistral.
Menos mal, ahora, que todo reverdece en el mundito cultural ecuatoriano, queda la literatura, como un guiño de ojo a la realidad.
Menos mal queda, en algún lugar escondido, casi bajo las piedras, la esperanza de salir del vértigo diario, de las noticias rojas, verdes y amarillas, de la burocracia, de los oficios inoficiosos, de los problemas no resueltos, de la retórica y de la pobreza, la literatura. Esa que fustiga la realidad, esa que se inspira en ella y que la retrata sin mayores aspavientos, para inventar otra, la de novela, la del imaginario, la herramienta para sacudir conciencias.
Aún quedan, menos mal, esas gentes de pensamiento, de literatura, poesía, novela, teatro, que no han claudicado y que, desde su quehacer solitario, sin apoyos ni aspavientos, siguen con su tarea obcecada, para muchos, inútil (tal vez una necedad) de escribir y de inventar universos literarios que son, sin duda, los que prevalecerán en el tiempo.