En estos ocho años, el régimen intentó con relativo éxito asfixiar a la democracia. Se fortaleció en extremo al Estado, particularmente al Ejecutivo, y se debilitó y despolitizó a la sociedad a través del control, del miedo, de la división de las organizaciones, de la cooptación a dirigentes y de la criminalización de la protesta.
Sin embargo, el vaso se llenó y un par de gotas rehabilitó la energía y la memoria histórica contestataria de las clases medias de Quito y de otras ciudades que destaparon el dique. Entonces, frente al cierre de los canales democráticos, las calles comenzaron a hablar cada vez más fuerte.
¿Seguirán hablando las calles? Sí, debido a la escasa capacidad de escucha de los gobernantes y a su imposibilidad de entender el dramático cambio de eje que se desarrolla en el seno de un pueblo que efectivamente hasta ayer creía en ellos.
El poder sigue sordo. Sin embargo, en estas horas, tuvo que ceder frente a la movilización social. Los proyectos de ley fueron retirados “temporalmente”. De todas formas, este retiro fue asumido por la multitud como un triunfo. Aprendió que por más feroz y corpulento que sea el gobernante, su movilización en las calles hace temblar a cualquiera.
La gente superó el miedo e identificó su fuerza que la usará en cualquier momento. Muy difícil que mañana las reformas constitucionales pasen en la desprestigiada Asamblea. La reelección indefinida será frenada por una masa que seguramente vea en eso una nueva y legítima causa de movilización.
El poder no entiende la realidad. Manejó el gobierno en prosperidad, pero en crisis no sabe qué hacer. Se ve desconcierto y desesperación: palos de ciego cada rato. Apagan el fuego con gasolina: Invitan a un dialogo descalificando y excluyendo a los críticos. Inician acciones legales contra uno de los más lúcidos y admirados críticos del régimen, contra el comunicador Roberto Aguilar, se ensañan nuevamente contra los estudiantes del Mejía y de otros colegios al iniciarles procesos por sabotaje, con probables penas de cinco años o más. Provocación innecesaria que agitará más las aguas.
En estas semanas, la revolución ciudadana hundió más a la izquierda histórica. Además de expropiar sus agendas, sus símbolos y sus canciones, desprestigiando al socialismo, como palabra y concepto, con las últimas leyes sembró el anticomunismo en la sociedad y, además, posicionó a los líderes de las derechas como su contraparte política de cara al 2017.
El sindicalismo y las organizaciones sociales no leyeron bien el momento y perdieron la iniciativa dejando un vacío llenado por otros liderazgos. La centro izquierda está en el limbo. Sin embargo, las clases medias, que no son de derechas ni de izquierdas, seguirán interpelando en las calles a un poder que se desquicia. ¿Quién gana al final del día?
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