A raíz de los preparativos para el 1° de Mayo que se avecina, la calle parece tener ahora muchos dueños. El espacio público, es bueno recordarlo, pertenece a todos.
La fecha, alusiva a la rememoración histórica de una triste tragedia y represión a los trabajadores en el siglo XIX en Estados Unidos, ha sido recogida de modo tradicional por obreros organizados, sindicatos y sectores políticos de izquierda.
La tensa situación social que vive el país, agitada por una atmósfera pesada que se espesa con el ingrediente de las salvaguardias y sobretasas y los cambios en el aporte del Estado para el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, calienta la calle.
Esa calle que les pertenece a todos, muchos la quieren ocupar como patrimonio político personal o con carácter de monopolio. No. La libertad de expresar tesis e ideas, de manifestarlo en marchas y con pancartas, desde las proclamas de un ¡1° de Mayo combativo!, hasta las consignas que suelen ser críticas al modo de gobernar no pueden ni deben ser patrimonio de un grupo particular y menos, excluyente.
Hemos asistido en estos tiempos a una especie de división estimulada desde el poder. Si existe un Frente Unitario de Trabajadores ( FUT), aparece una Central Única
(CUT); si la Conaie se expresa en política, en Pachakutik, su máximo dirigente cuestiona los acercamientos políticos con otros actores que buscan la consulta popular porque sienten prurito con algún asomo de unidad entre distintos.
Por eso es que el viernes de la semana entrante veremos una lucha por mostrar una imagen de presencia en las calles que, más allá de la realidad política del país, exprese una sensación de territorio exclusivo.
De allí el ansioso llamado del movimiento de Gobierno para querer mostrar en las calles, con miles de banderas verdes, el apoyo popular que parece se va desgranando poco a poco, al menos en la aceptación que se muestra en las encuestas.
Por eso, el afán de mostrar la foto de miles y miles de uniformados militantes para tratar de cubrir ese espacio que saben que perdieron en parte o, al menos, que no les pertenece de manera exclusiva.
Es una teoría que Lucio Gutiérrez ya probó en sus expresiones políticas, en algún momento de desgaste. Es una idea de generar apoyos y rechazos en función de unos miles de manifestantes que copen el espacio, que tradicionalmente ha sido reivindicado en una fecha clásica por la izquierda y que ahora quiere ser ocupado por el poder y sus partidarios.
Pero los buses y sánduches no llenan la idea de una revolución que condena sus consignas y las ahoga en el pragmatismo de explotar petróleo en una parte del Yasuní, firmar acuerdos comerciales de los que antes se renegaba y desoír el propio Plan de Gobierno de 2006, en el cual se proclamaba respeto a la deuda del Estado con el IESS.
La calle es de todos. No es monopolio de AP, del FUT, de Creo, SUMA o de los socialistas. Debe ser libre para todos.