Hace unos meses nos reunimos algunos de los protagonistas de uno de los levantamientos sociales más importantes de la década de los setenta del siglo XX: la “guerra de los cuatro reales”. La reunión se dio a pretexto del lanzamiento de un libro que recordaba esa enorme movilización de jóvenes que se opusieron al incremento de 40 centavos al precio de los pasajes del transporte urbano, demandando también democracia y el fin de la dictadura militar. Fue en abril de 1978. Partió de los colegios para terminar incendiando los barrios de Quito.
Como en toda presentación, a más de felicitar al autor del libro, se evocó la importancia del hecho histórico y se lanzaron loas a la energía transformadora de la juventud, a su capacidad de resistencia al poder y a su arrojo al enfrentar a las tiranías. Ciertamente se habló de protagonistas individuales y colectivos.
Uno de los colectivos más apreciados fue, por supuesto, el del Instituto Nacional Mejía y su tradicional capacidad de movilización a favor del pueblo. En cuanto a los individuales, todos recordamos a esos extraordinarios seres humanos y brillantes líderes estudiantiles, Fausto Basantes y Ricardo Merino; a su momento, altos dirigentes del Consejo Estudiantil del Mejía y en ese abril puliendo sus primeras destrezas políticas que después las usarían para fundar la organización político militar Alfaro Vive Carajo (AVC), por cuyo proyecto años después serían denunciados como terroristas, terminando torturados y asesinados en el gobierno de Febres Cordero.
En el mentado evento, todos los oradores hablamos del pasado. Orgullo y nostalgia se combinaron. Se encendieron en nuestro pecho los viejos fuegos revolucionarios. Con dos vinos más hubiéramos salido ese rato a quemar todos los males de la patria.
Sin embargo, paradójicamente, ninguno hablamos del presente. De la lamentable situación del movimiento estudiantil secundario. De su inmovilidad. Del “silencio” del Colegio Mejía y menos aún dijimos palabra sobre la agonía del estudiante Édison Cosíos, reprimido brutalmente por protestar contra la reforma al bachillerato.
Recordando aquella noche del lanzamiento y en el contexto de un colegio silente, de un dirigente en estado de coma y de unos jóvenes, ‘los 10 de Luluncoto’, presos y acusados de terrorismo por simpatizar con la lucha de los indios por el agua y por poseer un afiche de Che Guevara, me vienen varias interrogantes: ¿Por qué personas inteligentes y luchadoras sociales de toda la vida nos pasmamos ante el presente? ¿Por qué callamos? ¿Por qué justificamos? Pero también me vino indignación por todos nosotros, por la autocensura y sobre todo tristeza, con el debido respeto, por los altos funcionarios, ex compañeros de vida y de armas de Fausto Basantes, quien este 4 de enero cumplirá 26 años de muerto por defender sus ideales.