‘Como padezco una diabetes fuerte y descuidada, de la que pueden derivar amputaciones, que en ningún caso estas se realicen, pues ya ha sido demasiado padecimiento soportar en los últimos años una invalidez en medio de los más atroces e indescriptibles dolores por causa de una neuropatía diabética”, escribió en su testamento el periodista Álvaro Bejarano, fallecido en Cali hace una semana.
Pocas veces se conocen testimonios de tanto valor moral. El del ‘Loco’ Bejarano es de una lucidez extraordinaria. “En plena posesión de mis facultades mentales y por imperativo mandato de mi conciencia -escribió-, deseo para su cumplimiento total que en caso de ataques súbitos de enfermedades terminales o irreparables no se me conecte para prolongar inútilmente esa existencia demeritada que solo acarrearía gastos y tensiones familiares a quienes me quieren”.
Álvaro puso la fraternidad por encima de todas las cosas. No sentía ningún complejo por no haber sido el escritor que quizá quiso ser. En compensación, leyó a los grandes escritores y fue amigo de algunos: Álvaro Mutis, Jorge Zalamea, García Márquez, Mejía Vallejo. Su sentido de la ironía fue siempre la píldora reguladora de cualquier dolor o fracaso. Cuando la calidad de vida era ya imposible, le abrió paso a la calidad de muerte. Lúcido por encima de excentricidades, sabía que, más allá, quedaba “la redentora muerte”. Agnóstico y liberal, periodista de pocas obras y mucha carga literaria pudo decidir en vida que se le hiciera “una cremación rápida”, y que “el puñado de cenizas inútiles” se lanzara a la “brisa caleña para que se confundan con las cometas que se perdieron cuando fui niño”.
Nada dejó sin atar en el momento de decidir que era mejor desaparecer que aparecer en el simulacro de vida de una enfermedad como la suya. “En caso de aparecimiento de alzhéimer o cualquier daño cerebral o motriz, mi deseo no es solo que se me deje morir, sino que se acelere el desenlace final”, escribió en el testamento que hizo público Ramiro Bejarano, su sobrino abogado.
El mundo pudo ver hace pocos años ‘Mar adentro’, la espléndida película de Alejandro Amenábar, interpretada por Javier Bardem. No he podido evitar la asociación. En la carta de Álvaro, notifica a sus hijos, María Fernanda, Juan Carlos, Rodrigo, Victoria Eugenia y Mónica, y a sus médicos y les ruega hacer cumplir su voluntad. No llegó a este extremo: la naturaleza hizo lo que podrían haber hecho los seres que amaba.
Nos preocupamos mucho por la calidad de vida, pero sentimos pudores al decidir nuestra calidad de muerte. Un extraño fetichismo lo vuelve tabú, e incluso prohibición legal, la decisión.